Nadie regresa a Ítaca
A España le ha pillado con el paso cambiado y sin la antena puesta el nuevo enrutado de Cuba

A uno le deja sensaciones contrapuestas la película que Laurent Cantet rodó en una azotea del barrio del Vedado, frente al Malecón, y que bajo el título de Regreso a Ítaca retrata los idénticos desencantos, tanto del exilio como de la permanencia, en la Cuba de las últimas décadas. Con diálogos del estupendo escritor Leonardo Padura, las amarguras por el tiempo perdido y no recobrado podrían ser estampa de decepciones vitales en cualquier otro rincón del mundo. Pero tiene mérito retratar las condiciones que forzaban la vida entre la amenaza de los servicios de seguridad y la vileza de las pequeñas corrupciones cotidianas, imprescindibles para la supervivencia, pero que acabaron por contaminar el carácter de un país. La genialidad de los habaneros les llevó hace años a rebautizar la exitosa película alemana La vida de los otros como La vida de nosotros.Tal era el grado de extensión de la paranoia de sentirse espiados hasta por vecinos y familiares.
A España le ha pillado con el paso cambiado y sin la antena puesta, habitual descuido de la dirigencia de nuestro país, el nuevo enrutado de Cuba, con el acercamiento de Obama, el papa Francisco y hasta la oportuna visita del presidente Hollande. La amargura, frente al habitual género de la picaresca y el erotismo de pago, cobra en la ficción una nueva sensibilidad en este proceso de descongelación, donde lo único irrecuperable es tanto tiempo cautivo y sumiso. Si los boleros de Bola de Nieve persisten en retratar esa mezcla de melancolía y encanto no es por accidente, sino por definir la memoria emocional mejor que nadie.
No hacía falta esperar tanto para afligirse por la más penosa traición de un futuro prometido y nunca alcanzado. En una novela inédita, escrita a modo de recuento urgente, hallada tras su muerte, Cabrera Infante puso en palabras sin sobreelaborar la mejor estampa de Cuba tras la revolución. En Mapa dibujado por un espía da cuenta del pesar profundo de una vuelta a la isla en el verano de 1965 para enterrar a su madre. Termina por dejar enterrada allí una parte de sí mismo y de muchas esperanzas, que fueron esperanzas universales. Es un libro doloroso en lo íntimo y en lo público, una obra maestra en cruda literatura. Si el proceso desencadena una reflexión saludable zarparán desde esa isla tan hermosa las historias particulares de tantos desencantos.
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