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MIRADOR
Columna
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Cultura

Para Aguirre los toros --que tanto gustaban a Hemingway y Wells-- son un bien de interés cultural ¿Para cuándo el alcohol y el tabaco?

Julio Llamazares

Hubo una época, que algunos recordarán, en la que los intelectuales y artistas españoles competían entre sí en escribir las cosas más originales y, a su entender, llenas de significación sobre ese espectáculo prehistórico que consiste en alancear y trapacear un toro hasta su final, que le puede sobrevenir por estocada mortal o por degollamiento con el verdugillo. Recuerdo incluso un artículo de aquel tiempo de cuyo título, El calamar en ángulo obtuso, nunca me recuperé.

Pero aquella época pasó y los intelectuales se retiraron a sus cuarteles de invierno, como sus compañeros de viaje taurómaco, los cantantes y artistas de la movida nacional, y las corridas de toros regresaron a donde siempre estuvieron, esto es, al mundo de los aficionados de cuna y a los japoneses. Los filósofos y los artistas desaparecieron de las barreras de Las Ventas y en los graderíos volvieron a quedar los de toda la vida, esto es, los aristócratas, las folclóricas, los políticos de la derechona (también alguno de izquierdas), los empresarios de puro en boca y whisky entre toro y toro y los aficionados de sol y bota de vino. Eso sí, todos cada vez más viejos, pues la cantera parece que no se renueva mucho.

No hace mucho, sin embargo, la candidata actual a la alcaldía de Madrid, entonces presidenta de la Comunidad de la región —cargo que abandonó para dedicarse a estar con los suyos, que por lo visto somos todos los españoles, pues desde ese momento no dejó de aparecer y hablar en todas las partes—, decidió defender la “fiesta de los toros” (lo de la fiesta nunca lo he entendido bien: cada vez que suena la música va a morir alguien) de los ataques de los nacionalistas antiespañoles declarándola Bien de Interés Cultural; es decir, que para doña Esperanza Aguirre, como para quienes la apoyaron en la declaración de ley, un capotazo en los cuernos de un toro o una cornada de uno de estos al torero como la que le propinó el otro día en Las Ventas a Jiménez Fortes estarían a la par de un poema de García Lorca o de un cuadro de Goya o de Picasso.

Precisamente la afición de estos a los toros, como la de Hemingway u Orson Wells, fue uno de los argumentos que allí se dieron para tomar esa decisión sin caer en la cuenta de que el argumento también valdría para declarar bienes culturales otras aficiones de estos. El alcohol y las putas, por ejemplo.

Así que ya lo sabe usted, amigo lector: si no le gustan los toros, antes más bien le parecen un espectáculo denigrante y fuera del tiempo, digno tan solo de recordarse a la par que el circo romano, del que procede, es porque es un inculto.

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