Amor de papeles
Boda de Karim y Amanda.
AUTORA INVITADA: AMANDA ANDRADES
Leo en un diario digital historias de cónyuges españoles a los que el Gobierno niega la residencia por falta de recursos económicos. Poco importa, parece, que algunos jueces hayan anulado resoluciones de ese tipo o que la Defensora del Pueblo haya pedido por escrito que se eliminen esos requisitos. No voy a preocuparme ahora. Lo haré dentro de cinco años cuando a mi marido le toque renovar su permiso. No sé en qué situación nos encontraremos entonces. Da igual. La incertidumbre ya está instalada en mi cuerpo. Lleva tiempo. Y permanecerá. Lo resume bien una amiga, enamorada de un colombiano: cuando elegimos querer a un extranjero de un país empobrecido, tenemos que aprender a convivir con ella.
Karim y yo ya nos acostumbramos. La sensación de tener que lidiar con fronteras administrativas para construirnos un futuro tardó poco en aparecer en nuestras vidas. Lo hizo a los pocos meses de conocernos, cuando yo trabajaba como cooperante en Marruecos. Como muchas historias empezó una noche, un 25 de noviembre de 2011; continúo con otras; fuimos encajando; nos mudamos a vivir juntos; celebramos nuestro primer aniversario; tuvimos que pensar en qué haríamos. Yo quería volver a Madrid. A él no le iban a dar un visado y, muchos menos, un permiso de residencia. Sin un trabajo asalariado y sin mucho dinero no era bienvenido.
Empezamos a pensar, a dar vueltas y vueltas sobre el asunto. ¿Nos casamos? ¿Qué implicaba eso? A mí me salía la vena militante, contraria a la Ley de Extranjería. A él, la romántica.
Una noche, en febrero de 2013, después de haberlo hablado miles de veces, tomamos la decisión: nos casamos. Empezaba el maratón burocrático. ¿Qué opciones teníamos? ¿Qué documentos nos iban a pedir? Podría parecer fácil conseguir esta información. No lo es tanto.
Primera parada: consulado. Nos dan una hoja con aquello que necesitamos para obtener la capacitación matrimonial – la autorización de un juez español- y poder casarnos en Marruecos, según la Moudawana, el código de familia de este país. Es decir, un matrimonio religioso. No implicaba convertirme al islam. Solo bautizarme y hacerme cristiana. Están permitidas las bodas entre un musulmán y una mujer de las tres religiones del libro (judaísmo, cristianismo e islam). A la inversa, no.
Me niego. A Karim le da igual, pero me apoya. La legislación española nos reconoce el derecho al matrimonio civil en España. Por poderes, como aquellas novias de siglos atrás que iban al altar para casarse con el representante de su novio que andaba haciendo las Américas.
Una compañera de profesión, que ya lleva avanzado el proceso, nos envía un correo con todos los pasos y papeles necesarios.
Empezamos a tramitarlos. Primer problema. La partida de nacimiento de Karim está incorrecta. Los funcionarios del Registro Civil inscribieron mal su apellido en francés. Suele pasar con las transcripciones a este idioma desde el árabe. No vale que en su libro de familia y en su documento de identidad esté bien. Para cambiarlo tiene que conseguir una copia de la partida de nacimiento de su padre y solicitar en un tribunal que le autoricen a modificarlo. Tenemos suerte. Viaja a Meknes, la localidad en la que nació su padre, y consigue el documento en un solo día. Los hados están de nuestra parte. Tenemos un contacto en el juzgado. Nos dan la autorización rápido. El proceso puede demorarse meses.
Siguiente paso: certificados varios (de soltería, de residencia, etcétera), compulsas, colas de una instancia a otra, traducciones juradas. A finales de mayo ya lo teníamos todo. Cruzo el Estrecho para ir a mi pueblo. Me empadronó de nuevo. Voy al juzgado con mi padre y dos amigos como testigos para presentar la solicitud. El funcionario me desanima. Puede tardar uno o dos años. Intentamos conservar las esperanzas. Nos ayuda el que me llamen para la entrevista personal solo un mes más tarde. Acudo a responder preguntas sobre nuestra vida y nuestros planes de futuro. Miedo a meter la pata y que nos lo denieguen.
Pasa el tiempo. A finales de septiembre, me vuelvo a Madrid. Me espera un máster. Karim se queda. Soñamos con estar juntos, como marido y mujer en Navidades. El tiempo sigue corriendo. Pasan las fiestas. Hablamos todas las noches por Skype. ¡Benditas tecnologías! Viajo a Marruecos cada vez que puedo para estar juntos. Parte de nuestros ahorros se van en ello. Nos desesperamos. ¿Cómo puede demorarse tanto?
Viene el siguiente paso. Tarda aún unos meses. El juez aprueba nuestro matrimonio. Dictamina que lo nuestro es una historia de amor y no de conveniencia. Ahora, necesitamos conseguir un visado a Ceuta para realizar el poder notarial y que Karim sea representado por mi padre en nuestra boda. Viajo a Marruecos y acudimos al departamento de visas. Chaparrón de agua fría. Los requisitos para que te dejen entrar en Ceuta 12 o 24 horas son los mismos que para viajar a la península como turista. No vamos a conseguirlo.
En el consulado nos vuelven a decir que ellos no llevan a cabo poderes notariales. Esta es una de las funciones del cónsul, pero algunos se niegan amparándose en que no pueden contravenir las leyes del país. Marruecos no admite el matrimonio civil. Hay una posible salida. Algunos juzgados españoles admiten que este documento sea emitido por un tribunal de familia marroquí, cuyo titular considera que la Moudawana sí admite estos casos. ¿Y entonces lo de la incompatibilidad de las legislaciones?
Da igual en mi pueblo no aceptan este papel. Callejón sin salida. La suerte vuelve a sonreírnos. En el consulado deciden que no tiene sentido no otorgar un visado temporal para una persona que ya ha obtenido la autorización de un juez para casarse en España. Karim puede viajar. Lo hace una semana antes de nuestra boda. Nos compramos los anillos. Nos casamos el 24 de mayo. Hace un año que empezamos los trámites. ¡Felicidad!
No acaba aquí, sin embargo, nuestro peregrinar. Se acaba el permiso de Karim. Duraba un mes. Tiene que volver a Marruecos. Toca pedir otro visado. Ahora ya como mi marido. Lo conseguimos en agosto. Tiene una duración de tres meses. Mientras hemos tramitado la cita para la residencia. Vuelta a preparar papeles. Tenemos miedo de que se la denieguen. Necesitamos demostrar que tenemos dinero. Presentamos a finales de agosto mi contrato de trabajo, los documentos del banco con nuestros ahorros, una nómina de mi madre y una carta suya diciendo que se compromete a apoyarnos económicamente. Funciona. ¡Felicidad!
Nos volveremos a enfrentar a la burocracia dentro de cinco años. Y es que sí, el nuestro es un amor de papeles. De los que necesitamos para poder vivir juntos allá donde decidamos construir nuestro futuro.
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