Manuscritos, ese tesoro en peligro
Evangelio de Abba Garima, en el norte de Etiopía.
En 1950, la historiadora británica Beatrice Playne llegaba hasta el monasterio de Abba Garima, cerca de la ciudad de Adwa, al norte de Etiopía. Aunque no pudo entrar por ser mujer, los monjes aceptaron sacar afuera las reliquias que guardaba el templo para que pudiera verlas. Entre sus tesoros, Playne se detuvo en unos evangelios ilustrados y escritos en Ge’ez, una lengua hoy extinta que se hablaba en el reino de Aksum. Posteriores estudios, que incluyeron pruebas de Carbono 14, probaron que uno de ellos data del siglo V, lo que le convierte en el manuscrito cristiano más antiguo decorado con ilustraciones. Los evangelios, que nunca han salido del monasterio, lograron sobrevivir incluso a la ocupación musulmana y son una buena muestra de que la escritura, frente a lo que muchos parecen pensar hoy en día, ha estado muy presente en la historia de África. Sin embargo, las pruebas de esta larga y fructífera relación están hoy más amenazadas que nunca.
“Se ha creado un mito”, asegura el experto senegalés Jacques Habib Sy, “de que África es únicamente una tierra de oralidad. Nosotros, como historiadores y antropólogos, sabemos perfectamente que la tradición oral es un elemento indispensable para construir nuestra historia, pero también sabemos que la primera prueba de textos escritos se encontró en el sur de Egipto en forma de bajorrelieves en tablillas de arcilla que datan del 3.300 a.C., una fecha anterior a las primeras evidencias de escritura entre los sumerios. Sin embargo, hay un intento de mostrar que todo aquello que se acerca a la cultura y al canon blanco es lo que ha estado en el origen de la grandeza de la Humanidad. Hasta hoy en día la dimensión africana del Egipto antiguo, algo que está probado y fuera de toda duda, sigue siendo rechazada por parte de la comunidad científica occidental”.
Biblioteca particular en Tombuctú (Malí).
Y si África fue tan cuna de la escritura, en África también existe una increíble cantidad y variedad de manuscritos antiguos, un tesoro de incalculable valor que, sin embargo, está seriamente amenazado, tanto por las condiciones de conservación como por el tráfico negro. En diciembre de 2010, cientos de expertos, historiadores, bibliotecarios, conservadores, especialistas en digitalización y responsables políticos de todo el continente africano se dieron cita en Addis Abeba en la primera Conferencia Internacional sobre Conservación de Manuscritos Antiguos de África. Organizada por la Fundación Ford, la ONG Aide et Transparence y la organización Savama de Tombuctú, todo ello bajo los auspicios de la Unesco, las conclusiones fueron tajantes y apuntaban hacia la urgente creación de espacios para la restauración y salvaguarda de este legado.
El caso de Tombuctú es paradigmático. En esta ciudad del norte de Malí existe la más alta concentración del mundo de manuscritos antiguos, se calcula que un millón y medio, datados en fechas que oscilan entre el siglo XII y el siglo XIX. Muy presentes en los medios de comunicación durante el año 2013 por la ocupación yihadista de la ciudad y la destrucción de algunos miles en el centro Ahmed Baba, sin embargo no es el extremismo religioso su principal amenaza. “La propia comunidad, los habitantes de Tombuctú lograron salvar sus manuscritos, se los llevaron en piraguas por el río, los escondieron o los trasladaron a Bamako. Pero el principal problema de los manuscritos es la falta de voluntad política que se traduce en la falta de fondos para su digitalización”, asegura Habib Sy, profesor de Ciencias de la Comunicación y la Información y coordinador del libro África, cuna de la escritura y sus manuscritos en peligro publicado por L’Harmattan, que acaba de ver la luz.
Manuscritos quemados en el centro Ahmed Baba de Tombuctú en 2013. / Reuters
Pero no es sólo Tombuctú. Otras ciudades de Malí, como Niono, Ségou, Gao, Yenné o incluso la sureña Sikasso albergan bibliotecas privadas con manuscritos. Y fuera de sus fronteras tenemos los casos de Mauritania (Oualata o Chingueti), Chad, Senegal, Camerún o el importante fondo del norte de Nigeria, vinculado a califatos musulmanes históricos como los de Sokotó o Kanem-Bornú, donde se estima que hay unos 400.000 manuscritos. “La mayoría están escritos en ajami o árabe, que era la lengua vehicular, pero entre ellos destaca la presencia de textos en lenguas autóctonas africanas trasladados al papel con grafía árabe”, añade Habib Sy. “Es una riqueza enorme que no hemos sabido valorar. La creación de bibliotecas digitalizadas permitiría no solo su conservación, sino atraer a investigadores e incluso turismo cultural. Este es el tesoro más grande de África”.
Durante la presentación de la obra África, cuna de la escritura y sus manuscritos en peligro, que se divide en dos tomos, el egiptólogo y profesor de la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar Aboubacry Moussa Lam destacó que “sólo África podrá renacer si encuentra una unidad política coherente y crea un estado federal digno de ese nombre”. Asimismo, lamentó la inexistencia de departamentos de Historia en las universidades de Senegal, sólo existe en la UCAD, lo que a su juicio muestra lo escasamente valorada que está esta disciplina. Por su parte, el profesor Toumani Ndiaye dirigió sus críticas hacia el Ministerio de Cultura, al que acusó de ocuparse solo del teatro y la danza olvidándose de los manuscritos antiguos. “Tenemos que digitalizarlos para salvarlos del olvido y la destrucción”, dijo, “los africanos tienen que dejar de pensar con la cabeza de otros para poder desarrollarse”.
Jacques Habib Sy, coordinador de la obra 'África, cuna de la escritura'.
Almacenados en viejos anaqueles, guardados en baúles o en archivadores de cartón. Sin control de temperaturas y expuestos a todo tipo de inclemencias o insectos. O simplemente al paso del tiempo. El caso de centros especializados, como el Ahmed Babá de Tombuctú, es una rara excepción. La mayor parte de los manuscritos antiguos africanos está en peligro, según los expertos. Y su pérdida significa mucho más que la desaparición de viejos papeles. “Nuestros historiadores tienen que recibir una mejor formación en el trabajo directo con las fuentes primarias y en lenguas como el árabe antiguo o ge’ez. Tenemos que ser nosotros quienes desentrañemos esta historia, quienes la reescribamos. Pero el primer paso es la preservación. Aún estamos a tiempo. Pongámonos a la tarea”, remata Habib Sy.
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