¿Es la estadística arquitectura?
FOTO: Miguel de Guzmán / Imagen Subliminal
De las exposiciones de arquitectura siempre se ha dicho que jamás podrían sustituir una visita a los edificios. Pocos no lo suscribirán. Pero de la misma manera que una exposición puede tratar de trasladar a una época, puede también intentar recrear un lugar, un clima, o resumir una trayectoria. Más difícil lo tiene a la hora de retratar una incertidumbre. Y, sin embargo, eso es lo que trata de exponer la muestra EXPORT: la cantidad de profesionales que trabajan más allá de nuestras fronteras, una breve referencia a quienes ya lo hicieron y todo un baile de datos sobre las razones, los hechos o las consecuencias de una exportación convertida en exilio.
Vayamos por partes. La exposición que, hasta el 10 de mayo puede verse en la Fundación ICO de Madrid –un centro especializado en muestras sobre arquitectura- produce una primera impresión de mensaje más publicitario que informativo. A la manera de algunos pabellones -como el de Venezuela en los jardines de la Bienal de Venecia que en los últimos años llena el edificio de Carlo Scarpa de datos sobre el bienestar de los venezolanos- esta muestra, comisariada por el arquitecto mexicano afincado en España Edgar González, se inicia con un prólogo de lo que no pretende ser. Ni exhaustiva ni cronológica ni ordenada ni absoluta … sin terminar de afinar lo que pretende mostrar. Tras esa excusatio non petita lo primero que recibe al visitante es un mosaico de imágenes de proyectos –algunos invisibles debido al formato expositivo elegido (una especie de papel pintado que cubre el alto y ancho de la pared con fotografías mal impresas)-. Todas esas imágenes resultan escasas para juzgar cualquiera de los proyectos presentados a partir de una única impresión. Tanto reclamar planos para comprender los proyectos y aquí desaparecen en una especie de álbum de cromos de la arquitectura española levantada en el extranjero que compone la primera parte de la muestra.
Se me ocurre una razón para semejante decisión: la muestra no trata de explicar los edificios sino la situación de los arquitectos. Si ese es el caso, tampoco funciona el mosaico impreso en la pared en el que poco importa que el orden no sea cronológico, poco que los proyectos no realizados se mezclen con las obras construidas, poco que no se entienda –porque no se explica- el criterio de selección ni de la exposición. El caso, parece ser, es que quede compensado formalmente, gráficamente, ese papel pintado que cubre las primeras salas.
Sin embargo, lo más dudoso está por llegar.
Tras recordar que España lleva 500 años exportando arquitectura, la segunda parte de la muestra, el grueso, cambia la falta de explicaciones por el exceso de datos. Un glosario en inglés trata de dar nombre a unas estadísticas (realizadas por el colectivo Taller de Casquería) que llegan a comparar las posibilidades de ganar un concurso internacional con las de morir en un accidente aéreo. No es una broma. Como si todo fuera comparable, los datos toman como una misma referencia, para entendernos, la posibilidad de que Nieto y Sobejano ganen un primer premio con la posibilidad de que lo haga una o uno de los arquitectos que exporta su mano de obra para convertirse en emigrante y poder ganarse la vida.
Este segundo capítulo de las estadísticas es especialmente perverso por tres razones. Primero porque busca la vitalidad, el juego y la anécdota en lugar de indagar en las razones o propiciar la crítica. Segundo porque hace del esfuerzo particular un logro nacional y tercero porque el medio más óptimo para reflejar y comunicar las estadísticas no es la pared de un museo sino el medio digital. Es decir esta muestra falla en el qué y en el cómo. Puede que también en el por qué: no hacía ninguna falta gastar un euro ni en montar una exposición que muestra datos ni en vigilarla, iluminarla o limpiarla.
El capítulo estadístico es una herencia de la manía de Rem Koolhaas de anotar lo que come, lo que duerme y cómo duerme como si ese cúmulo de datos tuviera alguna relevancia para alguien que no fuera él. La manía de tomar los datos por argumentos y la información por conocimiento se deriva de muchas de las minuciosas anotaciones que Koolhaas ha dejado para la historia. Es el caso de esta muestra. ¿Qué sentido tiene dedicar la sala de un centro de exposiciones a escribir unos datos accesibles en minutos desde cualquier ordenador? Con el cómo cuestionado se puede llegar hasta el qué específico de las estadísticas. ¿Por qué estos datos y no otros? ¿Por qué se destaca la relación entre el Pritzker y las portadas de la revista El Croquis y no la de las portadas de Arquitectura Viva con los grandes encargos en nuestro país?
Hay que reconocerle al comisario de esta muestra, Edgar González, el valor de haber puesto en marcha uno de los primeros blogs de noticias arquitectónicas que se crearon en España. Ese pionerismo le sirvió para convertirse en foro de debate entre arquitectos sedientos de comentar de forma anónima lo que difícilmente se atreverían a decir en público. Sin embargo, esa elección, preferir ser anfitrión que actor, es lo que trasluce esta muestra. Como comisario, poner la pelota y hasta alquilar el campo de juego no es suficiente. Lo mínimo que se le pide a une exposición es que diga algo, algo que no parezca propaganda institucional sobre lo bien que van las cosas fuera y algo que no termine convirtiéndose en una cortina de humo desplegada para ocultar lo mal que en realidad van dentro.
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