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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Kenia bajo el terror

La tendencia antimusulmana de Kenyatta hace el juego al sanguinario yihadismo de Al Shabab

Kenia fue un oasis de estabilidad y desarrollo en África oriental hasta 1998, cuando Al Qaeda voló la Embajada estadounidense en Nairobi, matando a más de 200 personas. Desde que en 2011 el Gobierno keniano enviara tropas a Somalia para combatir a Al Shabab, un sanguinario grupo afiliado a Al Qaeda, el terrorismo islamista asentado en el país vecino ha golpeado Kenia con ensañamiento. En su asalto reciente a la universidad de Garissa, en una zona miserable al noreste del país, Al Shabah ha asesinado a 142 estudiantes cristianos. Bastó un solo comando de cuatro fanáticos rudimentariamente armados y la inoperancia de las fuerzas kenianas para perpetrar una de las mayores atrocidades ocurridas desde la independencia, en 1963.

Al Shabab todavía pretende controlar Somalia, pese a que, acosada desde hace años por tropas de la Unión Africana con apoyo de EE UU, ha ido perdiendo territorio y combatientes, capacidad operativa y a parte de sus jefes. Pero sigue eligiendo cuidadosamente sus blancos en la fronteriza y vulnerable Kenia, donde ha dado muerte a más de 400 personas en dos años y promete seguir asesinando mientras fuerzas de Nairobi permanezcan en Somalia. Las anteriores matanzas indiscriminadas del grupo terrorista son ahora selectivas, como la de jóvenes cristianos en Garissa.

Además de una urgente reconstrucción de sus cuerpos armados, Kenia precisa un viraje para afrontar este desafío. La política antimusulmana del presidente Uhuru Kenyatta le ha granjeado la animadversión de la población de origen somalí, casi dos millones y medio de personas para quienes el ejército de Nairobi es casi tan amenazador como el fanatismo asesino de Al Shabab. La rama de olivo que Kenyatta acaba de tender a los musulmanes de su país sólo será creíble si cesa la represión que ejercen unas fuerzas de seguridad por lo demás devastadoramente corrompidas. Este acoso impulsa la radicalización de numerosos jóvenes y permite a la filial de Al Qaeada no sólo presentarse como escudo de los musulmanes, sino reclutar abiertamente adeptos para la causa yihadista en el noreste de Kenia.

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Kenia no ha caído en la anarquía, pero el terrorismo de Al Shabab está desarticulando progresivamente el país africano. Nairobi debe dar un golpe de timón si quiere evitar el nacimiento de un nuevo Boko Haram y el descontrol definitivo de una situación ya alarmante.

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