_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Desaplausos

Se levantó Rajoy, se colocó frente al atril, miró al tendido, articuló tres lugares comunes, y el respetable enloqueció. ¿Por qué? Porque no había dicho nada de nada. ¿Qué rayos ocultaban?

Juan José Millás

Había en mi barrio un loquito que aplaudía sin ton ni son: a las merluzas, por ejemplo, a las criadillas, a los callos, a la mortadela, a las verduras y legumbres en general. Un lunes estuvo aplaudiendo siete horas seguidas a un semáforo. Hubo que hospitalizarlo con los dedos hinchados como morcillas y las palmas de las manos tumefactas. No hacía otra cosa y, aun así, le faltaban horas para aplaudir a todo lo que consideraba plausible. Lo llamábamos equivocadamente El Aplaudidor porque en realidad, según nos explicó el profesor de francés, un estructuralista avant la lettre,era un desaplaudidor. ¿Y qué debíamos entender por desaplaudidor? Aquel o aquellos que aplauden con un fervor absurdo: pongamos un grupo de seiscientas personas aplaudiendo a un pollo sin cabeza. Si te encuentras ante semejante espectáculo, pon todos tus sentidos en estado de alerta porque esa forma de encomiar es una manera fraudulenta de desencomiar. Algo se oculta bajo un ardor tan ilógico.

Me acordé de ello cuando el PP se aplaudió a sí mismo con furia en el Congreso, tras haber votado un demente a la participación de España en la guerra de Irak, que tantos muertos civiles y mutilados inocentes habría de producir en esa zona que hoy está hecha unos zorros. Se percibía en aquella desquiciada ovación una clamorosa desovación, incluso un desove en la medida en que sus señorías se despelotaron como el pobre loquito de mi barrio frente al semáforo de su calle. El martes pasado, en la reunión del PP, volvimos a asistir a un desaplauso inquietante. Se levantó Rajoy, se colocó frente al atril, miró al tendido, articuló tres lugares comunes, y el respetable enloqueció. ¿Por qué? Porque no había dicho nada de nada. ¿Qué rayos ocultaban?

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_