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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Hay vida sin mayorías

Que gobierne solo la lista más votada tiene tan poco sentido como los pactos extravagantes

Las negociaciones para alumbrar un Gobierno en Andalucía han dado origen a un primer intento del Partido Popular para plantear su idea sobre los pactos. Consiste en facilitar la investidura al dirigente del partido más votado, en este caso Susana Díaz, a cambio de que los socialistas permitan el gobierno de la lista con más votos en las futuras elecciones municipales —lo cual permitiría al PP salvar algunas ciudades—. Pero este criterio choca con el sistema político español, regido por la representación proporcional y pensado para dar juego a diversas opciones, no para impedir combinaciones alternativas al partido más votado, pero de mayoría relativa.

Los dos protagonistas principales de la política durante decenios, PP y PSOE, concentraron votos y escaños hasta alcanzar el cénit en 2008, cuando socialistas y populares acumularon el 84% del total de los sufragios emitidos en las elecciones generales y el 92% de los escaños del Congreso. Siete años después, estamos en el proceso contrario: el debilitamiento de los dos grandes y la emergencia de otras formaciones plantea un cambio de cultura política hacia transacciones y pactos que permitan resolver los problemas de gobernabilidad sin alterar ni forzar la voluntad de los ciudadanos.

Hay que empezar a sentar un criterio. En todos los ámbitos políticos —desde el local hasta el estatal—, la fuerza más votada tiene derecho a intentar el pacto que complete una mayoría suficiente o a gobernar en minoría. Si fracasa en el intento, es completamente normal que otras fuerzas pretendan combinaciones o alianzas. Así funcionan los sistemas políticos de todos los países europeos en los que se aplican sistemas de representación proporcional, porque es la solución razonable a la ausencia de mayorías absolutas de un solo color político.

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Conviene ser realistas sobre las capacidades de los Gobiernos minoritarios. En principio, es mejor una coalición o un pacto parlamentario que un funcionamiento político en precario, pero no es cuestión de entrar ahora en la casuística de las múltiples elecciones y poselecciones que quedan por delante. Los procedimientos deberían ser respetados: el partido con más votos tiene derecho a intentarlo; si no lo logra, hay que dar paso a otras combinaciones, sin agitar por ello las campanas con el toque de traición. Cuando los electores envían el mensaje de que no quieren dar demasiado poder a un solo partido, hay que respetarlo. La tarea de los políticos es gestionar salidas razonables para esa situación poselectoral.

Tampoco se debe caer en el desprestigio de combinaciones de tres o cuatro fuerzas, sin más nexo que hacer morder el polvo a la más votada. Hay errores en la política de pactos que conviene evitar, y ha habido ya experiencias en ese sentido. Las alianzas contradictorias o excesivamente heterogéneas son extravagancias que, cuando se realizan, llenan de confusión a los ciudadanos.

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