Reaccionar ante la tragedia venezolana
Gracias al aparente exceso de Obama, se agotó el tiempo de la indiferencia
Hasta ahora la crisis venezolana solo surtía efectos dentro del propio país. Salvo algún que otro exabrupto de Hugo Chávez antes de morir, una que otra expropiación de empresas extranjeras sin la adecuada compensación, y una que otra injerencia menor en las contiendas electorales de naciones vecinas, los estragos de 15 años de despilfarro, corrupción, deriva autoritaria y violaciones crecientes de los derechos humanos únicamente habían dañado a... Venezuela. Ya no.
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La decisión del presidente Barack Obama de calificar formalmente a Venezuela como una “amenaza para la seguridad nacional” de Estados Unidos escala el enfrentamiento entre el Gobierno de Nicolás Maduro y el imperio. Los motivos de la decisión norteamericana permanecen en el misterio; asimismo, no se comprenden del todo las consecuencias jurídicas de esta “certificación”. Pero no es imposible que parte de la explicación resida en la pasividad latinoamericana frente a los encarcelamientos o desafueros de líderes opositores, la represión de manifestantes estudiantiles y empresariales, la censura a los medios y el derrumbe de la economía venezolana.
Obama quizás busca obligar a definirse a países como Brasil, México, Chile y Colombia, que, sin ser parte del ALBA —es decir, la coalición chavista de la región—, han mantenido un desconcertante silencio ante los atropellos recurrentes de Chávez y Maduro. Sobre todo, la operación norteamericana puede meter una cuña entre Caracas y La Habana, justo cuando al régimen cubano le importa más que nunca acelerar las negociaciones con Washington. Conviene recordarlo: sin Venezuela, Cuba se hunde, a menos que encuentre una tabla de salvación sustituta. La única disponible es la normalización de relaciones con Estados Unidos, en mi opinión imposible a corto plazo, pero, en la opinión de muchos expertos, a la vuelta de la esquina.
La operación norteamericana puede meter una cuña entre Caracas y La Habana
Maduro reaccionó de dos maneras a la afrenta de Obama. Primero, pidió poderes especiales a la Asamblea legislativa, expidió nuevas leyes rehabilitantes y movilizó al Ejército y a las milicias en maniobras de guerra como si la invasión estadounidense fuera inminente: el viejo argumento de la agresión externa que justifica la represión interna. Segundo, buscó y consiguió el apoyo de UNASUR, una de las nuevas organizaciones regionales cuyos pronunciamientos son tan frecuentes como inocuos, y solicitó una reunión del Consejo Permanente de la OEA el 18 de marzo —día en que fue elegido el nuevo secretario general— para vituperar la decisión de Obama y obtener respaldo latinoamericano. Más aún, se prepara para transformar la Cumbre de la Américas —a la que normalmente acuden EE UU, Canadá y todos los países de la región, salvo Cuba— en un aquelarre retórico contra el “intervencionismo yanqui” en su país. Solo que esta vez, en principio, a la reunión de Panamá asistirán Obama y Raúl Castro; se darán la mano; se sentarán en la misma mesa y tal vez celebren una reunión bilateral, si logran destrabar las negociaciones sobre la apertura de embajadas en cada capital, y en particular eliminar a Cuba de la lista de países que, según Washington, apoyan el “terrorismo internacional”. No se ve claramente cómo el deshielo de Estados Unidos con Cuba se compagina con una confrontación verbal y política virulenta con Venezuela, en la que Cuba y sus aliados se verán obligados a tomar partido.
Pero tampoco se vislumbra una salida fácil para los países antiintervencionistas sin ser prochavistas. No parece sencillo esquivar los escollos de Panamá sin comprometerse con unos o con otros. ¿Qué harán los presidentes de Brasil, México, Chile y los demás países antiintervencionistas, pero no prochavistas, que han aplaudido (con toda razón) la distensión entre Cuba y Estados Unidos? ¿Se unirán al estridente coro de Maduro, Daniel Ortega, Evo Morales, Rafael Correa, Cristina Kirchner, acorralando a Obama en Panamá? ¿O repetirán el exhorto del rey Juan Carlos I a Chávez: “¿Por qué no te callas?”. ¿Tratarán de desactivar la trampa tendida por Maduro a Obama o se resignarán a la ausencia del estadounidense si la celada se confirma?
Solo es seguro un vaticinio: los grandes países de América Latina no podrán hacer la vista gorda ante la tragedia venezolana, como ha sucedido hasta ahora. Gracias al aparente exceso de Obama, a la desesperación cubana por atraer inversiones, turistas y comercio, y frente al descalabro económico venezolano, producto de la incompetencia y de la caída del precio del petróleo, el tiempo de la indiferencia se agotó. Enhorabuena.
Jorge G. Castañeda es analista político y miembro de la Academia de las Ciencias y las Artes de EE UU.
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