De muñeca sexi a niña buena
Una australiana lava la cara a las Bratz de segunda mano y las vende por cientos de euros. Su proyecto reabre el debate sobre la hipersexualización de los juguetes
Donde antes solo había gruesos labios perfilados, ahora caben los dientes de una inocente sonrisa. Sin maquillaje, los ojos de las muñecas parecen más pequeños, pero miran de frente, no de seductor soslayo. Y el atuendo… tan distinto como el de una estríper y el de una catequista. El cambio es obra de la madre australiana Sonia Singh, que tras ser despedida del CSIC de su país decidió “rescatar y rehabilitar” viejas muñecas Bratz para darles un estilo más “sensato”, según explica en su cuenta de Tumblr, Tree Change Dolls, donde empezó a colgar fotos del antes y el después a mediados de enero. En cuestión de días sus muñecas se hicieron virales. Vendió las 20 primeras en segundos. El 8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora, subastó una por 1.334 euros. Prensa de todo el mundo se hizo eco. Tanto, que Sonia ya solo habla con medios australianos. “Estoy sobrepasada”, se disculpa por correo electrónico. No para de trabajar: el pasado sábado puso a disposición de sus fans 20 nuevas muñecas. Su hobby ya es un pequeño negocio.
De tanto en tanto, surge una muñeca maniquí “normal” que reabre el debate sobre la hipersexualización de los productos para niñas. A la eterna Barbie, las Bratz en su momento (hace 10 años eran las divas del sector) o las Monster High después, les han surgido rivales más realistas. En 2013, el diseñador Nickolay Lamm dibujó la “Barbie normal”, con las proporciones de la americana media de 19 años. Tantos padres preguntaron dónde se podía comprar que Lamm empezó a fabricar la hasta entonces virtual Lammily. “En 2014 tuvimos 1,3 millones de euros de beneficios”, explica por correo. “Lo más difícil del sector es darse a conocer”. Para hacerlo rodó un vídeo en un colegio: niñas con una Lammily y una Barbie en cada mano. “Esta no es tan flaca”, “se sostiene de pie porque no lleva tacones”, “se parece a mi hermana”... ¿Cuál quieres? “La Lammily”, dicen todas las niñas. Y añaden: “Barbies ya tengo muchas”.
“Lo que quieren las niñas sobre todo es jugar con cosas nuevas y diferentes”, explica la pedagoga María Costa, del Instituto Tecnológico del Juguete. “No hay nada malo en jugar con una muñeca muy maquillada, el problema es jugar solo a eso”. Sexis, exageradas, horteras... Según Costa, estos significados los ponemos los adultos. Donde una madre preocupada ve una estríper, “las niñas solo ven fantasía, muñecas que se parecen a las mujeres que ven en la tele y las revistas”.
“Las Tree Change Dolls responden más a lo que buscan las madres que a lo que quieren las niñas”, dice Costa. Las relaciona con dos tendencias sociológicas: active parenting, “progenitores implicados que buscan valores alternativos”, y mumpreneurs, “mamás emprendedoras con hobbies en torno a la crianza”. ¿Por qué no desmaquilla Mattel a Barbie para contentarlas? “Porque Mattel vende a las niñas, no a las madres”, dice la pedagoga. “Las muñecas realistas tienen su público, pero son un segmento”.
La británica Lottie es una de las mejor posicionadas en él: desde 2012 ha vendido 300.000 muñecas en 30 países (Bratz vendió 125 millones en sus primeros años). Lottie tiene pecas y el cuerpo de una niña de nueve años. “Muchos padres sentían que las otras muñecas forzaban en las niñas una agenda para crecer demasiado deprisa”, explica por correo su creadora, Lucie Follet.
En el debate alrededor de estas muñecas realistas también hay críticas. Algunos blogs feministas dicen que simplemente se ajustan a un estándar distinto: menos loco, más doméstico, que trata de fijar lo que es una “niña normal”. “Lavarle la cara a una Bratz en pro del realismo”, dice una bloguera, “es como cortarle el cuerno a un unicornio”.
Las fotos del antes y el después
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.