La pandilla del McDonald’s de Agadir
Esta es la historia de Mimith, un héroe anónimo que lucha incansablemente para que los niños en riesgo de pobreza y exclusión de Marruecos sean atendidos por el Estado
El teléfono de Mimith no para de sonar. Parece un ministro. Se lo comento y me dice que su mujer le dice lo mismo. ¿Por qué le llama tanta gente? Sonríe. Pienso que en realidad es un ministro, pero de la solidaridad. Del que probablemente nadie hable nunca.
Mimith es uno de los educadores de calle que financia Alianza por la Solidaridad en Agadir (Marruecos). Trabaja en el centro de acogida de menores de la ciudad. Y sale a la calle todos los días, desde hace dos años para charlar con los chavales que duermen al raso, atenderles, llevarles ropa y mantas cuando hace frío. Como hoy. “Cuanto más te adentras en las calles, más casos van surgiendo y las llamadas no paran”, explica.
Un equipo de trabajadores de la organización hemos estado unos días en Agadir, con Mimith, para rodar un documental sobre la situación de la infancia en Marruecos y sistematizar el trabajo que llevamos haciendo casi ocho años. No solo atendemos a menores, sino que tenemos un objetivo mucho más ambicioso: impulsar la creación de un sistema de protección pública para que el estado marroquí se haga cargo de esta situación y promueva políticas de protección mayores. Ya que el trabajo de atención, por ahora, los seguimos haciendo en gran medida las ONG —marroquíes e internacionales— que trabajamos en el país.
Desde Alianza por la Solidaridad y las asociaciones marroquíes, planteamos una mayor colaboración pública que implicaría una transformación profunda en la manera de actuar. La idea consiste en aportar mecanismos al departamento de Asuntos Sociales y, con el apoyo de la fiscalía, poner en marcha un modelo en el que asistentes sociales públicos actúen a partir de la detección de una situación de vulnerabilidad sin necesidad de esperar a encontrar un delito.
El proceso que se ha vivido en Agadir durante los dos últimos años está siendo replicado ahora en otras siete ciudades marroquíes como Beni Mellal, Tánger, Tetuán, Oujda o Salé. Y estamos contando con el apoyo de profesores (que detectan casos de alerta), servicios sanitarios, personal del Ministerio de Asuntos Sociales o asociaciones de padres y madres.
Durante la grabación de documental, pasamos una tarde entera en el Centro Temporal de Menores que Alianza por la Solidaridad apoya para entender cómo es la situación de los niños y niñas de la calle. Esos a los que Mimith cuida como si fuesen sus hijos. Se trata de un centro “puente” temporal, que acoge a los chavales de la calle mientras se decide qué hacer con ellos o se intenta mediar con la familia. Actualmente, alberga a 20 niños. Pero son 70, en total, los que participan en sus actividades de refuerzo de estudios o lúdicas.
Gracias a este centro, los menores van al colegio y participan de actividades de ocio y culturales. Comemos con ellos, mientras nos miran entre curiosos y tímidos. Esta tarde les toca ver dibujos y observándoles nos damos cuenta de que, a pesar de todo lo que habrán pasado (por eso están aquí), siguen siendo niños. Ríen y juegan como si así espantasen el pasado. Por un momento nos olvidamos de que muchos de ellos han sido maltratados, violados, abandonados o humillados. “Si no existiese este lugar, los pequeños estarían mendigando en la calle”, explica uno de los educadores.
Fatima tiene una mirada triste, dura, furtiva, adulta. Refleja, en un segundo, lo difícil que es la vida en la calle
La mayoría de los casos que tratan son de difícil solución. Chicos abandonados por sus familias o en situación de riesgo. Los menores acabarán en residencias del estado con un futuro complicado. El principal reto, explica Mimith, es conseguir que vuelvan con seguridad a sus familias. También lo es dar soluciones a menores que ni siquiera tenían un documento de identificación, que es el pasaporte para empezar a tener derechos.
Cae el sol en la maravillosa ciudad de Agadir. Nosotros no hemos podido disfrutarla mucho, sólo conocemos su parte más polvorienta, sus secretos más escondidos, los que casi nadie quiere ver. El Marruecos de las mil y una noches, dicen. Nada más lejos de la realidad por aquí.
Al atardecer, comienza a haber un movimiento frenético en el centro. Mantas que se suben desde el trastero, guantes o material escolar, ollas humeantes que se trasladan a una furgoneta. El dispositivo de calle se pone en acción. Con un capitán llamado Mimith al frente de un batallón de voluntarios y voluntarias como Redouan, que nos ha preparado un té del Sáhara para entrar en calor, para enfrentar la fría jornada con temple. Bien nos viene para lo que nos espera.
Nos montamos en la furgoneta y llegamos a un parque oscuro, uno de los muchos donde duermen los niños de la calle. “Ahí están los chavales”, señala alguien. No vemos nada. Sólo oscuridad. Pero algo se mueve en la sombra. Son cinco o seis críos que saben que Mimith siempre les trae algo de alivio. Esta noche, en forma de sopa de alubias y mantas para el grado bajo cero de temperatura. Comen rápido mientras Mimith les habla. Casi parece que les arrulla. No hay posibilidad de sacar de la calle a ningún niño a la fuerza, hay que convencerlos, comenta Javier Ruiz, experto en protección de menores y responsable de este proyecto en Alianza por la Solidaridad.
El tiempo pasa deprisa y no queremos interrumpir el trabajo de los educadores, tomamos algunas imágenes y nos retiramos. Mohamed, uno de los más jóvenes nos viene a saludar y nos hace un choque de manos al estilo Príncipe de Bel Air. Todo sería muy entrañable si no se viese a leguas que ha esnifado pegamento y su mente vuela. Coge la manta que la han dado y se pone a hacer monerías encima. Entretanto, aparece un médico voluntario. Viene a revisar el estado de la brecha que tiene en la cabeza Fátima Zahara. Creíamos que era un niño con la vestimenta que lleva, pero no. Es hija de una madre soltera, de los alrededores de Agadir. Eso, en un país con gran peso de la religión como Marruecos, le carga sobre sus hombros infantiles un estigma y la conduce a la pobreza y la exclusión.
Trabajamos para que la prostitución no sea el destino de ningún niño
Es parte de "la pandilla del McDonal`s", como les llaman por dormir cerca de este restaurante. Esta tarde, le han dado a la chica una pedrada que le ha abierto una herida que se cubre con indiferencia. La intentan convencer de que venga con nosotros al hospital porque si se le infecta puede ser peor. Fatima Zahara accede y vamos a que la vea un médico. Me siento con ella un rato a esperar a que la atiendan. No consigo sacarle ni una sonrisa, a pesar de intentarlo. Tiene una mirada triste, dura, furtiva, adulta. Refleja, en un segundo, lo difícil que es la vida en la calle.
De regreso, pregunto a los educadores cuál es el futuro para chicas como ella. Me dicen que, con suerte, lograrán convencerla de que vaya al centro de menores. “A Fatima Zahara, en la calle, no le espera mucho más que la prostitución”, explica mi compañero Javi casi en un susurro. Esperamos y trabajamos porque este no sea su destino. Ni el de ninguno.
Arantxa Freire es miembro de Alianza por la Solidaridad.
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