A Riad
Desde entonces, no sólo Occidente, sino el mundo entero se ha ido arrodillando ante el poder de estos señores que lo son más de la guerra que de otra cosa
Como corderitos. Los más poderosos hombres y mujeres de la Tierra se han ido presentando en los palacios de Riad para rendir homenaje a un déspota con el que a ninguno seguramente le habría apetecido nunca compartir una comida.
Allí hemos visto también (menos mal) a nuestro recién estrenado jefe de Estado, Felipe VI. Menos mal, porque si no llega a ser invitado sería que el país (el nuestro) iba mal.
Todos hemos visto varias veces la maravillosa película Lawrence de Arabia. Y en ella pudimos entender cómo los colonialistas ingleses ayudaban a una dinastía de desharrapados machistas y salvajes a expulsar a los otomanos. Luego, los desharrapados aparecieron como los reyes del petróleo.
Desde entonces, no sólo Occidente, sino el mundo entero se ha ido arrodillando ante el poder de estos señores que lo son más de la guerra que de otra cosa.
Los mandatarios americanos y, en ocasiones, ingleses, se han atrevido a veces a reprochar a China y otros países su actitud ante los derechos humanos. Pero se mantiene un respetuoso silencio ante los latigazos, los juicios sin garantía, las decapitaciones y otras lindezas que son situaciones diarias en Arabia Saudí.
Como mucho, se ha atrevido la diplomacia de los países democráticos a pedir clemencia por algún hecho como el caso de Raif Badawi, condenado a recibir 1.000 latigazos por no respetar la ley islámica. Los dirigentes saudíes han buscado el subterfugio de un análisis médico para justificar el haber cedido a las presiones. Pero le habían dado 50. ¡50 latigazos, uno a uno!
Detrás de todo, por supuesto, el petróleo. Y una política repugnante de apoyo a unos terroristas y dejo de apoyar a otros.
No hay otro remedio. Hala, a Riad.
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