Por las pintas
¿Nos enteraremos algún día de cuál es la función esencial de los medios públicos?
La noche del sábado 17 una historia de terror real, de las que quitan el sueño, se clavó en el corazón de muchos catalanes, tantos como para hacer que un documental se convirtiera en uno de los programas más vistos de la televisión catalana. Me refiero, imaginarán, a Ciutat Morta, la película que narra la pesadilla de cinco jóvenes que el 4 de febrero de 2006 fueron detenidos, torturados y finalmente condenados sin pruebas concluyentes de haber participado en la agresión a un guardia urbano que quedó tetrapléjico a consecuencia de un objeto contundente que alguien arrojó desde un balcón. Son dos horas de prolijo documental narrado de manera escrupulosa que nos conduce a través de una noche de pesadilla en la que la guardia urbana acude a disolver una fiesta okupa, pero al encontrarse con una baja en sus filas, acaba deteniendo arbitrariamente a unos chicos que pasaban por allí, les da de hostias y los lleva a un hospital donde, puestos a sumar despropósitos, añade a la lista de los cuatro detenidos a una joven, Patricia Heras, que había acudido a urgencias para curarse una brecha en la cabeza provocada por una caída de la bici.
Heras fue detenida “por los pelos”, como ella misma escribió en Poeta Muerta, el blog que de alguna manera articula el filme, por una apariencia poco convencional, por su estilo a lo Cindy Lauper. No hubo más razones de peso para arrojarla a la cárcel, igual que no hubo más pruebas contra Alfredo, Juan, Álex y Rodrigo, que el hecho de que fueran sudamericanos, o sudacas, como dicen haber sido llamados todo el tiempo que duró un interrogatorio descrito mil veces por los detenidos, un interrogatorio chapado a la antigua, con su poco de xenofobia, de homofobia y de prejuicios. Las pintas. Sobre todo contaron las pintas.
El documental, firmado por Xavier Artigas y Xapo Ortega, fue aplaudido y premiado en el Festival de Málaga, y algunos supimos de esta historia fatal que nos sonaba ligeramente del periódico por el estreno malagueño y porque Diego Galán dio cuenta de ella en las páginas de Cultura; pero tras ese primer paso, a las dificultades que este tipo de películas encuentran en España para su distribución, se añadió el hecho no menor de que el asunto ponía a las autoridades catalanas frente a un caso mal resuelto judicialmente, envuelto en mentiras y ocultaciones y con un final trágico, el suicidio de Patricia Heras, que se arrojó por una ventana en los tiempos en que estaba cumpliendo un régimen de tercer grado tras seis meses de haber ingresado en prisión. Resulta penoso tener que admitir que el suicidio de Patricia, al que todas sus amigas llaman Patri, atrajo de nuevo la atención sobre este caso, pero así es. El suicidio inducido por la desgracia que padeció esta joven sensible, poeta de poderosas imágenes, elegante en su particular manera de vestir, distinta, sobrecogió a los que habían olvidado que ella y los otros cuatro seguían luchando por demostrar su inocencia. Ahora parece que cualquiera debería haberse dado cuenta de un error que saltaba a la vista, tan a la vista como ese corte de pelo que le dibujaba cuadraditos en el cuero cabelludo. Entre todos aquellos que debieron afirmar que estaban tratando con una inocente estaban: el médico que la atendió, los policías que se la llevaron a comisaría, la jueza que dictó sentencia, los políticos que echaron tierra sobre el asunto actuando como cómplices de una burda acción policial y la psicóloga que imagino la trató en prisión. Nadie tuvo la voluntad de desmontar la primera mentira.
Ciutat Morta narra la pesadilla de cinco jóvenes que en 2006 fueron torturados y condenados sin pruebas
Los versos por Patricia suenan a lo largo del documental en la voz de su amiga Silvia como si vinieran del más allá, con la misma contundencia con la que hablan desde sus tumbas algunas mujeres de la antología poética Spoon River que leo ahora: "Y yo me hundí en la muerte, creciendo entumecida desde los pies, / como uno que caminara profundo y más profundo dentro de un torrente de hielo. /¿Alguno irá al periódico del pueblo, / y reunirá en un libro los versos que yo escribí? / ¡Yo anhelé tanto el amor / yo ansié tanto la vida!".
Aquello que tapa una tele sometida a la voluntad política acaba encontrando otros cauces de exhibición
La distribución virtual de Ciutat Morta ha sido imparable desde que se emitiera en Cataluña. Lo que tan mezquinamente tardó en emitir un medio público fue aireado por las redes sociales hasta que se coló en ordenadores de gente inquieta que accedió a la versión íntegra, incluidos esos minutos que se le privaron al público televisivo. Unas horas después de haberlo visto, con el corazón todavía encogido, conecté la tele pública americana para ver un documental sobre atrocidades perpetradas por soldados americanos en Afganistán. ¿Nos enteraremos algún día de cuál es la función esencial de los medios públicos? Aquello que se quiere tapar en una tele sometida a la voluntad política acaba más tarde o más temprano encontrando otros cauces de exhibición, con lo cual, en esta época que vivimos resulta aún más ridículo de lo que antes fuera guardarse informaciones en el cajón. Este es el desgraciado y no resuelto caso de Alejandro, Juan, Alex y Patricia, su vigencia debe alertarnos de que estas cosas suceden. En Cataluña. Y fuera. Porque el abuso de poder no tiene fronteras; pero nuestra necesidad de saber la verdad tampoco.
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