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‘Sushi’ en zona de combate

Hiromi Yasui llegó a Afganistán en 1993 para retratar nómadas. No sabía que era un país en guerra ni que encontraría a su marido. Hoy es la dueña de un hotel y del único restaurante japonés de Kabul

Andrea Morales Polanco
Hiromi Yasui en Bamiyán, Afganistán.
Hiromi Yasui en Bamiyán, Afganistán.

Primero fue fotógrafa, luego periodista. Llegó a Afganistán para hacer un reportaje sobre comunidades nómadas y terminó siendo una corresponsal de guerra. Ahora es la mandamás del único restaurante japonés en Kabul y la propietaria de uno de los pocos (por no decir único) hoteles boutiqueen Bamiyán. Hiromi Yasui no solo es una mujer poco convencional sino también una empresaria nata. “He cambiado muchas cosas para quedarme aquí. Lo único que no estoy dispuesta a dejar es mi vida profesional”, confiesa con un perfecto inglés británico durante la conversación por Skype, interrumpida varias veces por las dificultades de conexión.

Su curiosa historia se remonta a 1993, cuando decidió que quería fotografiar a los Kuchis, una comunidad nómada de Afganistán. Cámara en mano y llena de emoción se embarcó en una “aventura”, que resultó ser de todo menos lo que esperaba.

Nacida en Kioto en 1964, Yasui siempre sintió interés por Afganistán. Solo conocía aquel país a través de los libros que leía, poco sabía acerca de la guerra y los problemas que enfrentaba. “Decidí irme porque tenía muchas ansias de poder hacer un fotoreportaje acerca de las caravanas de los Kuchis. Para mi sorpresa cuando llegué me encontré con un país en guerra”, recuerda Yasui.

Sin pensarlo, y sin dejarse intimidar por su poca experiencia, pronto se vio enviando artículos a Japón contando lo que sucedía en Afganistán. “Conocí a otros periodistas y comencé a reportar lo que ocurría en los campos de refugiados”, relata.

Dos veces al año viaja a Japón para surtirse de los ingredientes que no hay en los mercados afganos.

Desde aquel episodio hasta 2001, Yasui regresó año tras año a Afganistán. El idioma nunca fue una barrera pues lo aprendía mientras entrevistaba y hablaba con la gente. “Volví porque quería hacer el reportaje sobre los nómadas de Panjshir. Pero tras la muerte de mis padres, decidí que me mudaría definitivamente a Kabul”. En 2002 la fotógrafa conoció a Abdul Saboor y tras un año de noviazgo en secreto —ella no era musulmana— decidieron contraer matrimonio en Turquía. “Me tuve que convertir al islam para poderme casar y así vivir tranquila”, explica. Pero no solo cambió de religión sino también de nombre. En Kabul es conocida como Mursal, que significa rosa.

El dominio del persa dari, estar casada, ser musulmana y poseer una personalidad carismática fue todo lo que necesitó para convertirse en una mujer de negocios. En 2007, cuando tenía menos trabajo como periodista, un inversor japonés la animó a abrir un hotel. Una vez más la falta de experiencia no fue un impedimento para Yasui. “Bamiyán era un sitio muy turístico. En su día albergaba a los Budas gigantes que los talibanes dinamitaron en 2001. Es un lugar privilegiado, con hermosos paisajes e historia, por lo tanto un excelente lugar para tener un hotel”, explica.

Construir el hotel Silk Road en Bamiyán, un edificio de 10 habitaciones con sus respectivos baños y duchas—un lujo en la zona—, no fue nada fácil. “Teníamos que traer todo de Kabul —a 237 kilómetros de distancia—, y pedirle permiso al Gobierno para todo. Incluso de los colores que usaríamos en la fachada”, se queja. Durante cuatros años utilizó los camiones que transportaban patatas de Bamiyán a Kabul para trasladar los materiales. “Las furgonetas volvían sin productos, negocié que de regreso trajeran el material de construcción y así se agilizó un poco más la edificación”, recuerda. El clima tampoco ayudó. Durante el invierno las temperaturas pueden llegar a menos 20 grados, por lo tanto no se puede trabajar. El hotel, que abre de abril a noviembre, se convirtió así en lo más cercano a un hotel boutique que se puede encontrar en la zona.

El restaurante Bentoya en Kabul, Afganistán.
El restaurante Bentoya en Kabul, Afganistán.

Su hospitalidad, pero sobre todo sus recetas, la llevaron a embarcarse en un nuevo reto. En 2010 abrió Bentoya, el primer y único restaurante de comida japonesa en Kabul. “Algunos de los huéspedes me decían que cuando llegaban a Kabul les apetecía comer mi pollo teriyaki. La insistencia de mis clientes fue lo que me motivó a empezar el negocio”, dice Yasui.

En Afganistán, un país golpeado por la pobreza y la violencia, conseguir los ingredientes para preparar los platos es una verdadera odisea. “Dos veces al año voy a Japón para comprar algas. Bueno, en realidad todo los ingredientes no perecederos que necesito para poder cocinar. Cuando tengo suerte consigo en el mercado salmón, atún o gambas”, añade.

Pero ella no se complica y ha aprendido a usar lo que tiene a mano. El menú lo hace con lo que encuentra en el bazar. “Intento cocinar con productos frescos. Algunas veces voy a Pakistán a comprar algunos ingredientes”, cuenta. No importa que a veces la carta sea limitada, sus clientes, en su mayoría extranjeros o afganos que han vivido en el exterior, siempre vuelven por su maki sushi, el plato más popular del restaurante. Hasta hace poco ella era la única que cocinaba en Bentoya. “Ahora tengo a dos chicas que me ayudan, lo que me permite tener más tiempo para trabajar como periodista freelance”, comenta.

La violencia e inseguridad siguen siendo un tema con el que le cuesta lidiar. “Muchas veces cierran las calles o solo te permiten ir de casa al trabajo. Hay gente que incluso necesita de un convoy de coches con seguridad para moverse”, asegura. Sin embargo no tiene contemplado mudarse. “Después de todo sigo siendo periodista y me gusta informar”, confiesa. “Es arriesgado vivir aquí. Pero quizá yo nací para contar la historia de este país. Aunque eso me cueste la vida”.

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