A la búsqueda de un nuevo enemigo
Pese a las ayudas soviéticas y el petróleo venezolano, el castrismo no supo construir un socialismo próspero y sostenible. Tapó su fracaso con la retórica de la guerra contra EEUU. Ahora tendrá que inventar otro rival
Los comentaristas de asuntos políticos de la televisión cubana han empezado a evitar los epítetos al referirse al Gobierno estadounidense. Abandonan muchos de sus automatismos de lenguaje puesto que un solo calificativo inoportuno que se les escape puede borrarlos para siempre de las pantallas. Washington, visto desde La Habana, parece haber cobrado ribetes de misterio y no se sabe qué tesitura adoptar cuando se le menciona. Así, en su comparecencia simultánea a la del presidente Obama, Raúl Castro se cuidó de no aludir a las nuevas medidas estadounidenses, prefirió centrarse en el canje de prisioneros entre ambos países, anunció el restablecimiento de relaciones diplomáticas, y advirtió: “Esto no quiere decir que lo principal se haya resuelto”. Para extenderse luego en lo que él considera primordial, que es el embargo norteamericano. Un embargo al que la propaganda oficial llama, con inexactitud cada vez mayor, bloqueo.
El general presidente no hizo más que velar por aquello que ha constituido la esencia de la narrativa castrista: su guerra con Washington. A lo largo de más de medio siglo, los cubanos han visto prohibido, y permitido luego (o viceversa), las religiones, el trabajo por cuenta propia, los dólares, la visita de exiliados al país, la inversión extranjera, las homosexualidades, la exportación de lucha armada, la hermandad con la Unión Soviética… Así podría seguir enumerándose por largo rato. Pero si cabe hablar de una constante en la política cubana de todas estas décadas esa constante ha sido, amén de la permanencia de los Castro en el poder, la cultivada enemistad con Estados Unidos. Lo intuyó en fecha tan temprana como 1960 Jean-Paul Sartre, equivocado acerca del castrismo en otros puntos, quien pronosticó: “Si Estados Unidos no existieran, quizá la revolución cubana los inventaría: son ellos los que le conservan su frescura y su originalidad”.
A ese enfrentamiento con Estados Unidos, no menos real por inventado, puede reducirse escuetamente toda la ideología del castrismo, que justifica una gobernación eterna gracias a una atmósfera de plaza sitiada que no se alivia nunca. Sin embargo, ocurrido ahora el hecho que los comentaristas de televisión no saben cómo tomar, un hecho que el propio Raúl Castro intentó esfuminar, ahora que un presidente de Estados Unidos aboga por el restablecimiento de relaciones, ¿qué va a pasar en Cuba? ¿Puede la maquinaria propagandística del régimen privarse de aquello que le ha otorgado legitimidad por tanto tiempo? ¿Dónde verter ahora la culpa de todas las escaseces y los racionamientos y las prohibiciones que el pueblo soporta?
Raúl Castro prometió en su comparecencia “un socialismo próspero y sostenible”. Se trata, sin lugar a dudas, de una promesa tan falsa como las muchas que su hermano y él han hecho en más de medio siglo. Igual que ocurre en las páginas finales de una novela de investigación, descartado el embargo estadounidense comienza a reducirse ostensiblemente el número de sospechosos y el problema termina siendo ese clásico de las dificultades: el misterio de la habitación cerrada. Quien roba y mata en un enigma así lo hace desde adentro, sin violar cerradura ni romper ventana. Para cometer su crimen no ha necesitado entrar porque ya se encontraba allí, ¿pero cómo pudo escapar de allá adentro?
La idea de plaza sitiada ha servido a la propaganda oficial para justificar un gobierno eterno
Por lo pronto, Raúl Castro ha declarado irresuelta la cuestión principal que es el embargo y no es descabellado conjeturar que, al menos en sus discursos, tal cuestión no va a resolverse nunca. En tanto mande él existirá, verdadera o ilusoria, la guerra con Washington. A los suyos les queda por delante el reto de beneficiarse de estas nuevas relaciones mientras mantienen el bloqueo sobre la población, que es condición ineludible de la permanencia en el poder. Hablo, por supuesto, del bloqueo que el propio régimen ha impuesto durante más de medio siglo.
Tal como hace años supo aprovecharse de la alianza con la Unión Soviética, incluso hasta gozando de relativa independencia, y tal como ha sabido esquilmar a Venezuela, ahora que el petróleo está a la baja el régimen cubano intenta algo parecido con las empresas y compañías estadounidenses que se aventuren por la isla, así como con el Gobierno federal. Subvenciones soviéticas y extracciones venezolanas no le alcanzaron para construir un socialismo próspero y sostenible, pero entonces contaba con el bloqueo (que es embargo) para explicar cada uno de sus fracasos. Nueva dificultad: se verá obligado ahora a hacer de un mismo país extranjero el gran socio comercial y la potencia que bloquea. Como nunca antes, la dirigencia revolucionaria cubana tendrá que inventarse unos Estados Unidos. No ya por pretensiones de frescura u originalidad como Sartre supuso, sino por mera sobrevivencia gerontocrática.
Fidel Castro, citado varias veces en el discurso de su hermano menor, no ha dado señales de vida últimamente. Faltan sus comentarios sobre este tema, sazonados con alguna de sus obsesiones de convaleciente: las virtudes del yoga, el cultivo de la moringa o el final del mundo. A falta de él, la propaganda oficial recurrió al comandante Ramiro Valdés, vicepresidente del Consejo de Estado. No hubo necesidad de que hablara, bastó con su efigie. Valdés ocupa en el imaginario nacional un papel muy destacado: si bien Raúl Castro es el fusilador y el que no dudaría en sacar los tanques a la calle, Ramiro Valdés constituye el torturador por antonomasia. En las fotografías publicadas, sigue ante un televisor el pronunciamiento del general presidente. Mientras éste se ve emplazado, por diplomacia, a ciertas deferencias con el enemigo, él es la encarnación de lo principal no resuelto. Viene a representar ese inmenso potencial de traba y represión que conforma al régimen.
El régimen de La Habana ha procurado que las buenas nuevas no despierten expectativas
En La Habana los altos jefes han procurado que las buenas nuevas no despierten demasiadas expectativas entre la población. Si todavía quedan por ahí ilusiones, tendrán que cifrarse en la idea de un socialismo próspero y sostenible, no en la tregua y paz con el enemigo poderoso. Ya se encargarán ellos, los jefes, de expurgar cada contrato estadounidense de las peticiones de democratización que puedan acompañarlo. Raúl Castro y su parentela y los cargos militares convertidos en empresarios van a reservarse las mayores tajadas y obstaculizarán el acceso de los demás a cualquier ventaja. Impondrán a la población nuevas restricciones y multas, cortadas a la medida de las circunstancias.
Sin embargo, a diferencia de lo que le sucediera con la Unión Soviética y la Venezuela de Chávez y de Maduro, el régimen tendrá que avenirse al hecho de que el Gobierno estadounidense trata y negocia con él considerándolo un regente indeseable llamado a desaparecer en cuanto cumpla su mayoría de edad la sociedad civil que el presidente Obama mencionó en su alocución. Así que, junto a las oportunidades y rebatiñas económicas, en los próximos años también podrá ocurrir dentro de Cuba la consolidación de una sociedad civil. Raúl Castro y sus secuaces seguirán zurciendo la idea de un socialismo próspero y sostenible, hinchándose de corruptos y justificando el empobrecimiento general y la falta de libertades mediante unos Estados Unidos de invención reciente, mientras que corresponderá a la ciudadanía constituir una sociedad civil capaz de imponerse a la larga.
Antonio José Ponte es escritor y vicedirector de Diario de Cuba (www.diariodecuba.com).
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