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Columna
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El sacrificio

Cuando el zar levantaba una copa de vino para brindar por un consejero, era un buen presagio

Manuel Rivas

El fiscal general del Estado ha sido, al parecer, dimitido. Esta es una paradoja que se está repitiendo en los últimos tiempos. Los cesados tienen que dimitir, porque, entre otras cosas, ya no existe aquel número tan vistoso y castizo del Caronte motorista con el sobre del cese. Así nos encontramos con la contradicción de que gente probablemente cesada hace tiempo continúa en su puesto mientras no dimite. Este es un método genuino en el que hay que reconocerle una especial competencia al presidente del Gobierno. Cuando Rajoy dirige un elogio a un subordinado, siempre queda la duda de si le ha comunicado el cese o un ascenso. Su gestualidad política recuerda mucho al llamado “brindis zarista”. Cuando el zar levantaba una copa de vino para brindar por un consejero, era un buen presagio. Si levantaba la copa de agua, el receptor del brindis ya podía pegarse un tiro en la cabeza. Como es silencioso, hay que estar muy atento a la copa que levanta Mariano. Me cuentan que hace algún tiempo brindó con agua por el fiscal, pero no hay memoria histórica y la gente no se enteró del “brindis zarista”. El fiscal general es un sacrificado. Ahora bien, ¿a quién va dirigido este sacrificio? En tiempos casi tan antiguos como este, los emperadores ofrecían sus sacrificios a los dioses. Eso fue lo que ocurrió con aquel arzobispo llamado Rouco. Pero, en la actualidad, ¿qué señal se emite con la marcha del fiscal general? Se supone que en una democracia el sacrificio de un principal es una ofrenda al pueblo. Para que deje de rumiar y mastique un poco de autoridad. Pero no es este el caso. Da la impresión de que el fiscal ha sido entregado a la propia facción gobernante para que hagan un churrasco navideño.

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