Daño a la convivencia
O Villar aprueba ya las normas contra los ultras en los estadios o deja el cargo a alguien que entienda mejor el problema que él

Ángel María Villar, presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), no está respondiendo con el debido nivel de competencia e implicación a la lucha contra la violencia en el fútbol. Su conducta, en el mejor de los casos, puede ser calificada como extravagante y desidiosa.
La federación tenía que haber aprobado el martes disposiciones tajantes para acabar con la violencia en los estadios y no lo ha hecho; ha despreciado todas las citas con las autoridades deportivas, convocadas para negociar un plan coordinado de la federación, los clubes y el Gobierno contra los desmanes criminales en los estadios y alrededores y guarda un silencio persistente sobre la brutalidad de los ultras futbolísticos.
Siendo la pasividad la peor actitud que se puede tener ante hechos tan graves como la muerte del seguidor radical del Deportivo el 30 de noviembre, los modos del señor Villar producen estupor general y ofenden a todos los ciudadanos.
Si se buscan con ahínco se pueden encontrar algunas razones para explicar esta negligencia. La federación se ha enfrentado al Consejo Superior de Deportes; Villar no quiso someter sus cuentas a una auditoría y para evitarla renunció a una subvención. La RFEF se esfuerza por exhibir una supuesta independencia frente al Gobierno y el resto de las instituciones públicas deportivas, pero lo hace con tal torpeza que más parece terquedad y solipsismo patológico. Además, están calando en el entorno federativo los pretextos abyectos de que la violencia “es cosa de unos pocos”, que no se genera en los estadios y que es “ajena al fútbol”.
Aunque eso fuera cierto —que no lo es, porque es el espectáculo futbolístico y su agrupación tribal lo que cataliza situaciones potenciales de violencia—, el riesgo de homicidios y lesiones debe eliminarse de raíz. Es una cuestión de Estado, como la seguridad ciudadana o eliminar los accidentes de tráfico.
Frente a esa cuestión, actitudes como la de Villar constituyen un peligro objetivo para la convivencia. O aprueba ya las normas contra los ultras en los estadios, mal que les pese a algunas federaciones, o deja el cargo a alguien que entienda mejor el problema que él.
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