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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado

El asesinato del barrio chino de Barcelona

Foto de Vicens Giménez

Se nos acaba de aportar una nueva prueba bien fundamentada de hasta qué punto el urbanismo lleva tiempo —desde su invención— comportándose como una colosal máquina de asesinar ciudades. Se trata de un libro que centra su atención en un episodio: la destrucción programada de lo que fue el Barrio Chino de Barcelona y, por extensión, de un parte importante del barrio del Raval de Barcelona, desarrollada en diferentes fases: los intentos de devastación del barrio en nombre de la higienización física y moral del barrio llevados a cabo por el urbanismo "progresista" impulsado por la Generalitat de Catalunya en los años de la República; luego, los bombardeos de la aviación italiana; enseguida los nuevos envites a cargo de los ayuntamientos franquistas, y, por último, los últimos intentos de borrado del barrio como contribución a la puesta en venta de la ciudad como "modelo Barcelona" y, más adelante, "marca Barcelona".

El libro se titula Matar al Chino. Entre la revolución urbanística y el asedio urbano en el barrio del Raval de Barcelona, lo ha publicado la Editorial Virus y su autor es un joven antropólogo, Miquel Fernández. Articulando historia y etnografía ­—trabajo de archivo y pateo de las calles—, este hombre nos informa de cómo han venido siendo y como suceden ahora esas dinámicas de despanzurramiento que desde hace más de un siglo se empeñan en "esponjar" tramas urbanas consideradas como demasiado densas, con el fin de acabar con una tendencia excesiva al enmarañamiento y la ingobernabilidad. También, en clave más actual, a lo están siendo procesos que reciben pomposas presentaciones tales como "rehabilitación", "reforma", "remodelación", etc., pero que en la práctica implican la deportación de clases populares para asentar en lo que fueron sus escenarios de vida vecindarios más solventes o para someterlos a colonización turística, en este caso con el gancho comercial de un sabor local ligeramente canalla y una dosis adecuada de multiculturalismo bien temperado.

El contexto en que se desarrolla toda la argumentación de este libro es el de una ciudad, Barcelona, que ha vivido en los últimos años un colosal experimento urbanístico obsesionado por la coherencia y la legibilidad. La ciudad debía ser, se proclamaba, ante todo clara, y con tal fin se desplegaron todo tipo de dispositivos destinados a supeditar la forma urbana a principios de ordenamiento que combinaban especulación y espectacularización. Todo ello, por supuesto, esperando el concurso pasivo de una muchedumbre de usuarios-figurantes que debían avenirse en todo momento a colaborar. En otras palabras, un gran ensayo mediante el que políticos, arquitectos y urbanistas quisieron vencer en Barcelona a su peor enemigo: lo urbano, esa maraña imprevisible hecha en gran medida de inconsistencias, indefiniciones y desacatos.

Miquel Fernández nos invita a centrarnos en el asalto al último bastión a conquistar en ese esfuerzo por colocar en el mercado de ciudades una Barcelona de la que habrían sido expulsados para siempre el conflicto y el azar. Hemos visto como, en pos de tal objetivo, los especialistas en ciudad pensaron que todo era cosa de propuestas, acciones inmediatas, planes estratégicos, decretos y tipificaciones. Se creyó que aquella parte de la ciudad vieja se prestaría a trocar mágicamente sus imperfecciones sociales por la impecable paz de las representaciones y los proyectos. En sus visiones, políticos y tecnócratas sólo veían vecinos agradecidos y decentes, comerciantes con iniciativa, ávidos inversores y turistas, en un Chino al que se había hecho olvidar nombre y pasado. Lo que han descubierto al despertar es que, a pesar del mobiliario de diseño y los nuevos equipamientos cool, aquello continúa siendo lo que Oriol Bohigas llamó una vez “un nido de nostalgia y de problemas”.

Así había sido desde hacía décadas. En esa parte de la ciudad, madriguera de miserables a veces levantiscos, Miquel Fernández nos muestra como los ensayos de penetración de las fuerzas del orden burgués —de la asistencia social a la policía y el ejército— habían sido ineficaces y como tal fracaso llevó a la convicción de que era el barrio el que debía ser borrado del mapa mediante una actuación expeditiva que lo abriera en canal y obligara a salir todo lo que de insumiso se escondía en su seno. Fue así que se inició una labor de desolación sistemática que se exhibió como la única forma de rescatar de sí misma una parte estratégica del corazón mismo de la ciudad.

A partir de la sentencia que condena a muerte el Chino, lo que Miquel Fernández nos demuestra es que la sociedad urbanizada —en el sentido de sometida y sumisa a planes y proyectos— no puede ser sino una sociedad protegida de toda inestabilidad creativa, a salvo de no importa qué excepción respecto de los mecanismos precisos que la hacen posible. Esto se traduce en una verdadera vocación pacificadora de lo que de magmático, inorgánico, desregulado se produce constantemente en las casas y en las calles. El plan urbanístico anhela una ciudad imposible, un anagrama morfogenético que evoluciona sin traumas. Contra las densidades y los espesores, contra la sucesión interminable de acontecimientos, contra las dislocaciones generalizadas, contra los espasmos constantes, el ingeniero de ciudades levanta sus estrategias de domesticación, en el fondo ingenuas, puesto que el objetivo a sojuzgar —la vida— es, por definición, invencible.

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