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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

El niño que alunizó entre manuscritos y la mujer que murmuraba secretos de alcoba

Ángeles Jurado

"Sé exactamente lo que quiero escribir en cada momento. Creo que es un privilegio escribir lo que quiero escribir", afirmó Vamba Sherif (Kolahun, Liberia, 1973) en el Salón Internacional del Libro Africano, que se celebró entre el 14 y el 16 de noviembre en el TEA (Tenerife Espacio de las Artes).

Vamba Sherif. Fotos: Cuchi Jarque/SILA

Sherif es un tipo menudo, inextricablemente unido a un fedora, con el pelo crespo y la cara ancha y afable, las paletas separadas asomándole a la sonrisa. Es escritor, liberiano y lleva años viviendo en Holanda, donde tiene tres hijos y varias novelas publicadas. Habla perfectamente ocho idiomas, desde lenguas africanas de Kolahun, la zona del norte de Liberia fronteriza con Sierra Leona y República de Guinea en la que nació, hasta el árabe que aprendió en Kuwait o el holandés. Es comunicativo, convierte las th de su inglés preciso y limpio en tes y mira a los ojos cuando se dirige a una. Desprende calidez y amabilidad. Ya hemos escrito sobre él aquí.

Vamba Sherif presentó -a través del programa Letras Africanas de Casa África -Vínculos secretos, su única obra traducida al español hasta el momento y publicada en nuestro país por Baile del Sol. Habló de su historia, su ambivalente relación con Liberia, el ébola y su madre, una mujer fuerte que con apenas 16 años se independizó y se convirtió en una referencia y un desafío en un contexto en el que la mujer es poderosa pero no debe parecerlo. Ella es la protagonista de la última novela que escribe en Groningen, su hogar en el norte de su país de acogida. Comparte tiempo y espacio de escritura con otra novela, ambientada en la Siria en la que Vamba apenas se posó antes de su llegada a Europa. Y tiene todavía proyectos que esperan a ser publicados: The Black Napoleon, una obra sobre Samori Touré, creador de un imperio que ocupaba casi toda África occidental y contrincante temido por el colonialismo británico y francés, y The Witness, que se centra en la experiencia de la guerra civil y los lazos de empatía y culpabilidad que se crean por su causa.

En el diálogo de Letras Africanas, Sherif contó que había abandonado Liberia en alas de una cólera asfixiante el pasado mes de diciembre, en Navidad, tras pagar un fastuoso banquete para su casi infinita familia que no le agradecieron. Sin embargo añadió que, al poco tiempo, estaba desesperándose en Holanda por causa del ébola y buscando la manera de ayudar a sus parientes con colectas y artículos. También contó, melodramáticamente, cómo su destino se había definido cuando apenas tenía nueve años y le sorprendieron rompiendo un tabú familiar: leer los manuscritos centenarios que su familia conservaba, escritos en árabe y otros idiomas, en una habitación casi secreta. Buscó la manera de llegar a ellos, espoleado por la curiosidad y la leyenda de que quien los leía se volvía loco, y lo consiguió a través de una ruta por el techo de la mansión familiar, que creó desde la habitación de su abuela a la de los legajos. Irrumpió entre los manuscritos por un butrón y se sintió aterrizar en un país de las maravillas lleno de historias fascinantes. Esa aventura fue utilizada por su familia para intentar castigar a su madre, demasiado libre y fuerte para el gusto de la mayoría, y acabó en la apertura "legal" de la sala al pequeño Vamba y sin ningún percance para su progenitora.

Foto de familia del SILA. Foto: Cuchi Jarque/SILA

Vamba Sherif participó en una mesa redonda sobre literaturas contemporáneas africanas moderada por el periodista Carlos Bajo Erro en la que reconoció que, en muchas ocasiones, en Occidente se espera que el escritor africano escriba sólo un tipo de historia: niños soldados, ablación y sufrimiento.

“Hay gente que es muy honesta con su escritura y hay otros que quieren vender sus historias”, dijo. “ La mayoría de nosotros hemos crecido en el sistema occidental. Quizás yo puedo nombrar a un par de escritores africanos entre mis lecturas, pero la mayoría son occidentales. Mi inspiración y motivación para escribir llega de García Márquez, Thomas Mann y otros autores que no son africanos en su mayoría. No conozco la motivación de todos los escritores, africanos o no. Una parte de nuestro pasado está todavía vivo y todavía se nos juzga por él. No sé por qué algunos escritores escriben, pero el mercado y las editoriales ponen a veces las reglas para definir qué tipo de escritor o de historia africana interesa y vende”. Y mencionó el caso de NoViolet Bulawayo, la escritora zimbabuense premiada internacionalmente y a la que, a veces, se acusa en su continente de “escribir lo que quieren los occidentales”.

A su lado se sentaba la beninesa Agnès Agboton (Porto Novo, 1960), radicada en España desde hace años y autora de todo tipo de libros que recogen la tradición oral en su país y otros países de África occidental. Ella había presentado, la noche anterior, Zemi Kede, un conjunto de historias eróticas recopiladas en Benín y Costa de Marfil que intenta abrir un poco el misterioso mundo de las sensualidades africanas a la mirada curiosa de los hispanohablantes. Agboton es filóloga, investigadora, escritora y cuentacuentos y ha explorado las culturas africanas desde los cuentos, los poemas y las recetas. Tras estudiar en Benín y Costa de Marfil, se marchó a Barcelona con 18 años, recién casada con el traductor catalán y africanista Manuel Serrat y embarazada de su primer hijo. Su autobiografía fue publicada por Random House Mondadori en 2005 y se titula Más allá del mar de arena. Ahora vive en un pueblo a unos cuarenta kilómetros de Barcelona, rodeada de montañas y sobrellevando una viudez reciente entre libros y las visitas de los vecinos, cargados con verdura y huevos y ocupados en adoptarla y mimarla.

Agnès Agboton. Foto: Cuchi Jarque/SILA

Agnès habló poco en el SILA, pero su curiosa mirada chispeante y las preguntas breves que colaba entre las intervenciones de otros participantes en la mesa recordaban que seguía allí, sentada tranquilamente, como una de las sabias y enigmáticas protagonistas de sus cuentos. Y se le viene a una a la cabeza la vendedora armada con una calabaza que se las arregló para ver al príncipe escondido por su padre y que, no contenta con echarle una mirada inquisitiva encima, pudo disfrutar de su cuerpo, matarlo y resucitarlo tras cruzar las llamas que lo envolvían en su cremación. Toda una heroína.

“Tenemos que poner etiquetas”, apuntó ella. “Tenemos que cuadrar, que servir a la hora de clasificarnos y clasificar el mundo. Pero hay algo que me llama la atención, una curiosidad que tengo ¿Percibe el lector español lo mismo que el lector africano al leer a un autor africano?”.

Agnès explica que Zemi Kede supuso un auténtico reto para ella a la hora de ofrecer la visión del erotismo de allá en un lenguaje comprensible para el lector de aquí. Apostilla fundamental: sin traicionar ni a su fuente ni a su receptor y sin tergiversar el sentido de los cuentos que recuperó. "Es complejo. Casi, casi me atrevería a decir que es puro funambulismo. Siempre tengo miedo de que no me entiendan", precisó, al reflexionar sobre su papel de puente humano y hecho letra entre dos mundos. "En el contexto de Benín y de muchos pueblos africanos, supongo, hay algo profundo interiorizado en nuestra educación: no te dan las soluciones de todo. Se te ofrece un margen para que descubras las cosas por ti mismo con la información que te dan, para que saques tus propias conclusiones. Entonces te dan pistas y no te dicen nunca las cosas directamente, porque ya hay una serie de sobreentendidos y claves en el lenguaje cotidiano. Los cuentos son la gran escuela. No hay que recurrir a Google o Espasa".

Pasados los años, Agnès encuentra ahora que revive su curiosidad por el mundo del erotismo "africano", tan diferente de una casa a otra dentro de una misma comunidad y lleno de matices cuando ampliamos el campo de estudios a pueblos y países diferentes.

Su libro era apenas una breve recopilación de diez historias, un viaje en un jadeo que empezó en Benín y siguió por Costa de Marfil y que le dio pie a interesarse por otras culturas, como la serer o la wolof en Senegal. También un proyecto que le llevó a estrechar lazos con las africanas de la diáspora.

Hoy siente que puede retomarlo. Y los ojos y las preguntas se le van hacia otros rincones del continente donde la mujer, al contrario de lo que podríamos pensar, adquiere en los cuentos eróticos un papel todavía más central y disfruta del sexo más pleno y juguetón.

"El fondo y la visión de la sexualidad occidental o la asiática son muy diferentes a los de la sexualidad africana. Hay otra perspectiva. No sé si decir que en el caso occidental y asiático es algo más refinado: todo lo que envuelve al erotismo, la ropa, los objetos sexuales. En el caso africano, hablamos de algo oculto, de lo que no se conversa fácilmente, algo envuelto en pudor, quizás vergüenza".

Y Agnès se interesa por los deseos entre las mujeres más maduras o las relaciones de las parejas mixtas como sendas para futuras exploraciones antes de desentrañar el significado de Zemi Kede. "Tómame delicadamente, con cuidado o incluso más, con mucho mimo. Sépame tratar bien. Viene de una empresa de transporte en moto de Benín, muy popular en sitios como Porto Novo o Cotonú, que se llama Zemidjan. Recuerdo ver a los taxistas en moto con grandes mujeres detrás, exhuberantes y agarradas a ellos".

En la mesa de Vamba y Agnés participaban además la profesora Josefina Bueno (Universidad de Alicante), el editor mozambiqueño Celso Muianga y el filólogo beninés Romeo Gbaguidi, que también es coordinador general de la Organización para el Fomento de los Estudios Internacionales (FEI). Allí se destripó y desmanteló el concepto “africano” como reduccionismo y cajón casi infinito, a un tiempo, en la literatura universal. Se protestó porque es más fácil publicar en Occidente y porque los países africanos están llenos de escritores talentosos y desconocidos. Pero también se apuntó que –a pesar de la falta de editoriales y distribuidoras sólidas en el continente y la competencia desleal de las europeas- funcionan redes por regiones o zonas lingüísticas que se pueden aprovechar para que los libros de los autores africanos circulen por el continente. Con algunas decisiones políticas, como la de promocionar la lectura de escritores locales en el entorno educativo, y esa colaboración, se podría fortalecer la difusión de la literatura africana en su mercado natural y así lo señaló Celso Muianga, describiendo su experiencia de colaboración Mozambique-Sudáfrica.

“Necesitamos obras escritas por personas africanas que viven entre nosotros, porque viven entre nosotros pero no compartimos la misma visión de este mundo ni la misma visión del mundo”, concluyó Josefina Bueno. “La dosis de “africanismo” que aportan a la literatura universal es absolutamente necesaria”.

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Sobre la firma

Ángeles Jurado
Escritora y periodista, parte del equipo de comunicación de Casa África. Coordinadora de 'Doce relatos urbanos', traduce autores africanos (cuentos de Nii Ayikwei Parkes y Edwige Dro y la novela Camarada Papá, de Armand Gauz, con Pedro Suárez) y prologa novelas de autoras africanas (Amanecía, de Fatou Keita, y Nubes de lluvia, de Bessie Head).

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