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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado

Espacios Culturales en Santa Fe, Argentina

Exterior de El Birri. Fotografia de Pamela Bertona

Cuando uno visita Santa Fe se hace una idea de en qué forma las administraciones municipales han de hacer frente a retos contradictorios e intentan resolverlos de manera no menos paradójica. En el caso de esta ciudad argentina, uno se encuentra lo que es sin duda la validez de algunos de los trabajos impulsados por la municipalidad en barrios de la ciudad. Pienso en los centros sanitarios, los jardines de infancia o los colegios públicos en Acerías, Esmeralda, Pompeya y otros barrios del norte, iniciativas fundamentales, por mucho que siempre se antojen insuficientes si se contrasta con el volumen de la labor que queda por hacer, que es infinita e inalcanzable, puesto que su objetivo es anular los efectos de un sistema económico y social intrínsecamente perverso, que genera miseria, porque vive de ella.

La contribución de la buena arquitectura a esa lucha por mejorar las condiciones de vida de barrios populares en destacable en Santa Fe. Ahí están los centros escolares diseñados por Mario Corea, de los que conmueve esa aparente frialdad hecha de ángulos rectos que, paradójicamente, da la sensación de cobijo; esa especie de asepsia apasionada que a veces se desprende de una cierta estética racionalista. Imposible, por otra parte, el contraste entre aquellos volúmenes tan bellos como eficaces y la barahúnda de escolares que los usan y también con las duras condiciones sociales del entorno, que más rodear, asedian aquella instalación escolar.

En cambio, motiva una cierta reflexión qué se ha hecho en Santa fe en materia de equipamientos culturales. El Molino, presentado como "fábrica cultural", otro trabajo de Corea, da la impresión de estar infrautilizado a pesar de estar rebosante de potencialidades para el servicio a la colectividad. En cambio magnífico lo hecho con La Redonda, unas antiguas instalaciones ferroviarias subtituladas como Arte y Vida Cotidiana, un lugar muy bien concebido y al que es posible ver con frecuencia en plena ebullición social. Ese lugar es, además, una oportunidad para descubrir la pintura de César López Claro. Impresionante también el espacio de la Estación Belgrano, que como las grandes estaciones de tren se antoja más bien un palacio o acaso un templo consagrado a lo que Walter Benjamin llamaba "los dioses del ferrocarril".

Esas virtudes de las iniciativas públicas en materia de rehabilitación de espacios abandonados contrastan con la aplicada precisamente en otra estación en desuso en Santa Fe: la de Mitre, que desde hace casi dos décadas existe como espacio de creación y crítica autogestionado, con una actividad constante y que se ha convertido en un referente no solo local, sino también nacional: El Birri, llamado así en honor del santafesino Fernando Birri, uno de los padres del nuevo cine latinoamericano. Las mismas instancias gubernamentales que había invertido una ingente cantidad de dinero público en asépticos macrocentros culturales, intentaba, en febrero de 2013, clausurar violentamente ese núcleo de cultura viva que era el antiguo Ferrocarril Mitre. La razón: el "descuido" del lugar y las supuestas denuncias por "ruidos molestos”.

Aquel intento de borrado del Centro Social y Cultural del Birri fracasó y una serie de actuaciones políticas y legales, la movilización social y una intensa campaña de solidaridad internacional permitieron no solo que aquel lugar sobreviviera, sino que desde la municipalidad se reconociera como un error lo que fue un intento de asalto en toda regla, puesto que ni siquiera medio orden judicial alguna. A pesar de ello, el intento de desactivación de El Birri, en Santa Fe, Argentina, fue un ejemplo de la curiosa concepción que los gobiernos de tantas ciudades del mundo tienen acerca de en qué consiste la cultura y cómo y cuáles han de ser sus espacios naturales. De un lado, generación de grandes infraestructuras confiadas a arquitectos de prestigio, que sin duda regeneran edificios y contextos, pero que de manera inevitable encarnan una concepción monitorizada, controlada y controladora de una cultura, entendida además como espectáculo o pedagogía destinados a un público que se espera pasivo. Del otro, persecución y acoso de expresiones culturales fuera de control, en las que, sin embargo, late la esencia misma de la condición humana: su capacidad para generar nuevos universos y habitarlos luego.

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