Balances y presidentes
Se habla mucho del derecho a decidir pero nada del derecho a saber. Y los ciudadanos tienen derecho a saber
Prácticamente todas las listas que se hacen en Estados Unidos sobre sus peores presidentes están encabezadas por James Buchanan (1856-1861). Algunas incluyen nombres recientes como George W. Bush, al que sitúan entre los cinco primeros de la nefasta lista. Otras añaden a William Harrison, pero a eso no hay derecho porque el pobre Williams pilló una pulmonía en su larguísimo discurso inaugural al aire libre y se murió a los 30 días (1841).
Así que la cosa está entre Buchanan y Warren Harding. ¿Por qué tienen tan mala fama? Buchanan, por creer que la Constitución norteamericana era intocable. Murió convencido de que había cumplido con una obligación sagrada, al no aceptar que el Gobierno federal se inmiscuyera en la vida de los Estados federados. Así que, siendo como era antiesclavista, nunca hizo nada para cambiar esa situación. “Un presidente respeta la ley”, vociferaba. Luego llegó Lincoln y demostró que no todo era tan monolítico.
El señor Harding era distinto. Simplemente, un periodista y editor que se empeñó en ser presidente, pero al que le costaba muchísimo tomar decisiones. El problema es que le empezaron a salir amigos corruptos muy capaces de tomar decisiones en casi todas las esferas económicas. No dio tiempo a que le echaran porque se murió de un infarto.
El peor de los rasgos que marcarán el mandato de Rajoy: su absoluta falta de interés o aprecio por las instituciones
Hay un tercer mal presidente que merece cuenta aparte: Herbert Hoover. Las barriadas de chabolas que produjo la Gran Depresión se apodaban Hoovervilles y pocos tienen dudas de que su rígida manera de pensar profundizó la crisis. Llegó a la presidencia con una formidable fama de gestor y se marchó entre normes abucheos. Hoover era un pésimo comunicador y se creía que bastaba con anunciar mejoras para que se hicieran realidad: “Tenemos pruebas impresionantes por todas partes del magnífico progreso que estamos haciendo”. Era 1932 y pocos meses después Franklin D. Roosevelt le dio una formidable patada.
Para hacer listas de este tipo, siempre inexactas y algo injustas, haría falta perspectiva. Seguramente hace falta más información, por ejemplo, sobre las tensiones internas del PP antes de sacar una conclusión, ahora que se han cumplido tres años del mandato de Rajoy y cuando nuevas elecciones ya están a la vuelta de la esquina.
Pero ya hay elementos más indicados para la lista nefasta que para cualquier otra. Es posible que, con perspectiva, haya que agradecer al presidente Rajoy que en España no exista un partido de extrema derecha, como sucede en otros lugares de la Unión Europea, y que el Gobierno no aliente las pulsiones racistas.
La ceguera y la falta de conexión con los ciudadanos empieza a ser brutal
Lo que hunde la balanza en el otro extremo es el increíble deterioro que han registrado todas las instituciones en estos tres años por culpa de una clara decisión política de esconderse tras ellas, sin asumir ningún tipo de responsabilidades por su mal uso o desempeño. Este será posiblemente el peor de todos los rasgos que marquen el mandato presidencial de Rajoy (diciembre 2011-2015): Su absoluta falta de interés o aprecio por las instituciones y su adhesión a unos principios rígidos económicos que le llevan a rozar las alucinaciones de Hoover: no hay que ponerse pesados, la pobreza infantil es perfectamente sobrellevable.
Ningún balance de estos años podrá ignorar su parecido con Harding y el descubrimiento de formidables redes de corrupción alimentadas por políticos de su partido. Lo peor de todo es que aún hoy, delante de nuestros ojos, se inician nuevas redes de corrupción. Son insaciables. ¿A santo de qué crear una nueva televisión autonómica en la Comunidad Valenciana sino para reanudar las corruptelas?
La ceguera y la falta de conexión con los ciudadanos empieza a ser brutal: dice el Congreso que no dará los datos de los viajes de los parlamentarios más que de forma global y cada tres meses. Se trata, dicen, de proteger la libertad del parlamentario. ¿Se creen que los ciudadanos son imbéciles? Nadie les pide que anuncien con quién hablan, sino adónde han viajado. En este país se habla mucho del derecho a decidir pero nada del derecho a saber. Y claro que los ciudadanos tienen derecho a saber. Viajes en Internet, y día a día.
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