¿Es posible poner fin a la violencia contra las mujeres en RD Congo?
Esta entrada ha sido escrita por Jorge Sebastián Lozano, de laFundación Mainel.
Foto: ACNUR
Recientemente, la periodista congolesa Caddy Adzuba recibió en Oviedo el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Es el reconocimiento a un excelente trabajo en la defensa de los derechos humanos en el este de la República Democrática del Congo. Su voz se ha oído con claridad durante estos últimos meses, en España. En su región viene oyéndose desde hace años, junto con otras voces locales que luchan para destejer el enmarañado tapiz de la violencia contra las mujeres.
Una de ellas es Chouchou Namegabe, coordinadora de AFEM-SK, asociación desde la que ellas dos y otras periodistas quisieron dar voz a las sin voz. No es una metáfora: según los usos tradicionales en los Kivus, hablar en público simplemente estaba prohibido para las mujeres. AFEM dio terminales de radio a 350 mujeres, y así creó los Clubes de Escucha, en los cuales se oye y comenta la emisión, para mostrar de forma práctica cómo dirigirse a las autoridades y exigirles el cumplimiento de sus compromisos. Los Clubes son la semilla del periodismo ciudadano en la zona. El programa más escuchado de Radio Maendeleo es precisamente el elaborado a partir de las noticias enviadas por sus corresponsales en terreno. No son profesionales pero están junto a la noticia, han recibido formación para corroborar las fuentes, preparar las noticias, grabar, etc.
Femme au Fone es otro proyecto que, a través de los medios, se esfuerza hoy por proteger a las mujeres. Son ya más de 300 las que avisan mediante SMS sobre ataques o amenazas. Tras verificar la información, se avisa a las autoridades y a organizaciones locales para que intervengan, preventivamente o con asistencia (médica, jurídica, social…) a las víctimas. Estas noticias son la base de una emisión semanal, abordando de manera abierta cómo combatir la violencia y la discriminación. Para Tatiana Miralles, coordinadora del proyecto, “el enemigo está en tu casa, en la barrera de la policía, en las 4 o 5 horas diarias para ir a buscar agua, en el profesor que no aprobará a una adolescente si no cede a sus proposiciones.” Los grupos rebeldes y los conflictos interétnicos siguen siendo una fuente de violencia sexual, pero no a la escala de los años 90. Otros perpetradores son el ejército regular, y la propia policía, lo cual les convierte en lo opuesto a una garantía de seguridad. Pero la principal fuente de violencia se esconde en el medio social y familiar más próximo, en el que niñas y viudas son especialmente vulnerables. En un caso reciente, atajado a tiempo, una viuda era acusada de brujería por su vecino, por haber hecho enfermar a su cerdo. El vecino avisaba de que, si el cerdo moría, él la mataría, con el evidente propósito de quedarse con sus propiedades.
Otro colectivo que requiere especial atención son las mujeres desplazadas. Solemos centrar nuestra atención en los refugiados, pero en el este de Congo es mucho más abundante la población desplazada interna: más de 2’5 millones de personas. Eva García, de ACNUR, trabaja en la prevención de la violencia sexual entre esta población. “Dentro del ciclo de desplazamiento, la vulnerabilidad para mujeres y niñas es muy alta. Dedican entre 5 y 7 horas diarias a la obtención de leña, fuera de los campos de acogida. Incluso en los propios campos, que teóricamente deberían ser espacios seguros, es muy difícil combatir las agresiones a las mujeres. Además, la ausencia duradera de empleo y oportunidades aboca a no pocas madres adolescentes al sexo de supervivencia, como único modo de obtener algún ingreso.”
Hay múltiples causas para tanto desprecio a los derechos humanos de las mujeres. Las culturas tradicionales perpetúan prácticas discriminatorias, desde el matrimonio de niñas o por rapto, hasta la imposición de casi toda actividad productiva sobre las mujeres, privadas después de sus escasos rendimientos. Persiste la dote, que reduce a la esposa al objeto de una compraventa. En todo caso, se viola porque se puede, porque no tiene consecuencias para el agresor. A pesar de esfuerzos legislativos y estrategias estatales contra la impunidad, los cambios de actitud entre las autoridades son lentos. La agresión de los militares en Minova en 2012 (126 víctimas documentadas) ha terminado su paso por los tribunales con tan solo dos soldados rasos declarados culpables. Muy recientemente, en cambio, se ha producido la primera condena de un general congolés por delitos de violencia sexual, entre otros.
Las organizaciones internacionales sobre el terreno se concentran en la atención a las víctimas, algo muy necesario. Sin embargo, hacen falta más actuaciones preventivas, estructurales. En lo económico, fomentando la autonomía de las mujeres, su acceso a la propiedad, favoreciendo las cooperativas, trabajando desde las comunidades y no solo con las víctimas, pues de otra forma se consolida su estigma. En lo social, a través de la educación, tanto de infancia como de adultos, combatiendo las supersticiones, mostrando a las mujeres que también ellas tienen derechos (en el medio rural, muchas simplemente no lo saben). En lo político, favoreciendo que el gobierno congolés deje de estar al servicio de la élite extractiva y atienda a toda la población. Una agenda como ésta rebasa los tiempos habituales de donantes y organizaciones sociales, pero como mínimo convendría tener una hoja de ruta más integral. Voces como la de Caddy Adzuba hoy siguen siendo necesarias, y nos invitan a movilizarnos para impulsar cambios duraderos.
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