¿Puede lo monumental ser sutil?
FOTO: Aitor Ortiz
El monumento funerario que mañana inaugurarán en Notre-Dame-de-Lorette para rendir homenaje a los 579.606 hombres caídos en esa zona del norte de Francia durante la Primera Guerra Mundial quiere ser una advertencia y es un hueco en el paisaje de la región minera de Pas-de-Calais, una de las más azotadas durante esa contienda por concentrar, precisamente, el 50 % de la producción francesa de carbón.
Las autoridades de la región han dedicado 8 millones de euros de su presupuesto para hermanar a todos esos hombres que murieron. También para recordar a los vivos los peligros de una guerra.
No es esta la primera vez que se recurre al nombre individual de las personas para recordarlos. Maya Lin lo hizo en el Memorial de Vietnam que levantó en Washington en 1982. Tampoco es este monumento el primero en una zona sembrada de ellos y donde existe incluso una ruta para visitarlos. Sin embargo, el trabajo que mañana inaugurarán François Hollande, Angela Merkel y David Cameron cumple lo que justifica la razón de ser de un monumento funerario: molesta con una ausencia, obliga al visitante a pensar.
El arquitecto Philippe Prost recuerda que buscó enlazar la expresión de la paz y la forma de la hermandad (aunque se trata claro está de una hermandad póstuma). El resultado es un espacio público capaz de acoger a todos y suficientemente abstracto como para no molestar a nadie. Es, así, un monumento fruto de nuestro tiempo, una época paradójica en la que la saturación formal, o la flaqueza de tantas buenas intenciones, han hecho que lo sutil sea casi lo único capaz de ser rotundo.
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