Premio a la industria más polarizada
Los MTV EMA, que celebran su 20ª edición el domingo en Glasgow, prueban que los superventas se reparten entre artistas malotes y monjiles
Lo hemos visto en incontables ocasiones. Madonna dándose un pico con Britney Spears ante los ojos de su estupefacto ex Justin Timberlake. Kanye West arrebatándole el micro a Taylor Swift para proclamar que el premio que ésta estaba agradeciendo tenía que haber sido para Beyoncé. Miley Cyrus redefiniendo los límites del restriegue en público junto a Robin Thicke. Y siempre en las galas de su pantalla amiga, MTV, que el domingo celebra la 20ª edición de sus European Music Awards (MTV EMA) en Glasgow.
La búsqueda del escándalo para jalear a las masas no es nada nuevo. Tampoco la certeza de que todo lo que parece improvisado está megaensayado. Poco importa. Esto es el show business, y la maquinaria que alimenta sus arcas siempre está perfectamente engrasada con recambios dispuestos a contribuir a la causa del entretenimiento global.
Esto viene al hilo de la presentadora de los MTV EMA, Nicki Minaj, que se estrena en el papel tras concedernos uno de esos calculados momentos de gloria que alimentan al monstruo viral en los MTV VMA oficiados en agosto en Los Ángeles. Para desmemoriados: la cantante, tras hacer twerking como si se fuera a acabar el mundo, se enfundó un vestido (ya de por sí) mini dos tallas más pequeño que, oh, sorpresa, se le reventó en el escenario.
Más allá del megabombo que se le dio al asunto, la intérprete de Anaconda viene calentando el lanzamiento de su nuevo disco (para finales de noviembre) posicionándose como la única estrella que puede robarle plano a Beyoncé hoy. Y aquí viene el juego que perpetúan los MTV EMA que se entregan este fin de semana: el de los artistas angelotes contra los artistas malotes. Minaj, con su porte gangsta sepultado bajo toneladas de azúcar, se disputará el premio a mejor artista femenina con la inmaculada Mrs. Carter (o señora de Jay-Z). Se las verán en esta categoría junto a la no-todo-lo-polémica-que-le-gustaría-ser Katy Perry, la prematuramente descafeinada Ariana Grande y la reina blanca de la generación yawn (o generación bostezo), Taylor Swift. La potencial polémica domada para los medios contra los ejemplos que toda madre quiere que sus niñas sigan.
Pasa lo mismo entre los nominados a mejor artista: frente al indomable Eminem y el juguete roto Justin Bieber están el hombre que más felicidad reparte en el planeta pop, Pharrell Williams, y el sosainas de Ed Sheeran (el momento en que el pelirrojo salió a recoger una estatuilla en los pasados MTV VMA con Miley Cyrus llamándole “capullo” a su paso sirvió de escenificación perfecta de toda esta polarización de santurrones contra gamberros). Templando gaitas, el comedido Justin Timberlake. El grupo One Direction, con su malotismo de póster, se verá las caras a mejor artista pop con, entre otros, 5 Seconds of Summer, aún por explotar su vena rebelde. Y así todo.
La batalla parece inclinarse hacia el lado oscuro. Ya lo comprobamos el año pasado en Ámsterdam, con la entrega al premio Icono Global a Eminem (quien, por cierto, está entre los más nominados de este domingo). Y lo certificamos este año con la concesión del mismo honor a Ozzy Osbourne, el metalero que atemorizó al mundo arrancando la cabeza a murciélagos en los escenarios y que acabó desayunando té en familia ante el mundo en su propio reality. A pesar de formar parte de todo este jolgorio, el excantante de Black Sabbath parece ser el único capaz de mantenerse ajeno a los vaivenes del mundillo que le celebra. En una entrevista televisiva reciente, le preguntaban “¿Qué artistas nuevos le gustan? ¿Escucha mucho a Justin Bieber?”. A lo que respondía: “¿Quién coño es Justin Bieber?”. Este domingo podrá hacerse un cursillo acelerado y meter a cada uno en su propio cajón: ¿bueno, malo o rebelde postizo?
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