¿Arrepentida del delito?
Esperanza Aguirre enfrenta a una pena de entre seis meses y un año de cárcel por resistencia a la autoridad
Si Esperanza Aguirre se distingue del resto de políticos nacionales es porque siempre dice lo que piensa, guste o no a quien la escucha. A ella le da igual; es así. Y eso le ha dado importantes réditos políticos, pero también le ha traído el mayor problema judicial de su vida: se enfrenta a una pena de entre seis meses y un año de cárcel por un delito de resistencia a la autoridad, según el artículo 556 del Código Penal, tal y como señala un auto de la Audiencia Provincial de Madrid.
Aguirre —la expresidenta de la Comunidad de Madrid con más votos de la historia, la más querida por los votantes del PP, la condesa consorte de Bornos y dama comendadora del Imperio Británico— huyó de unos aguerridos agentes municipales que le habían requerido los papeles de su coche particular cuando lo dejó aparcado en un carril bus de la céntrica Gran Vía madrileña. Necesitaba sacar dinero, por lo que dejó el coche frente a un cajero, a pesar de que ocupaba el carril destinado a los que viajan en autobús o taxi. En su huida, tiró la moto de los funcionarios y se refugió en su casa.
Aguirre —que fuma puros en su despacho, que no soporta las injusticias, a la que no le importa soltar tacos en una conversación con cualquier alta personalidad, que es tremendamente sensible y capaz de hablar un inglés exquisito— seguro que se arrepintió al segundo cuando espetó a los agentes que le reclamaron los papeles del vehículo: “¿Qué pasa? Bronquita y denuncia. Venís porque soy famosa. Tienes la placa. Denúnciame”. Ella es así: dice lo que piensa. Y tras saltar la polémica, decidió hacerse una ronda por las televisiones explicando que ella era una “sexagenaria” a la que unos agentes habían maltratado y, por eso, tuvo que marcharse.
Acostumbrada a mandar y a reclamar el principio de autoridad (que los agentes de movilidad madrileños ejercen sin muchos miramientos), esa tarde Aguirre no supo callarse. Ahora, juzgada por “delito de desobediencia pasiva grave” —nada menos—, seguro que se arrepiente.
Como decía el moralista francés Jean de la Bruyère, “hay personas que empiezan a hablar, un momento antes de haber pensado”. O aparcado.
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