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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

"Quédense con su moneda y déjennos con nuestros valores"

Gonzalo Fanjul

Mateo Renzi, Primer Ministro de Italia y Presidente de turno de la UE. Foto: EL PAÍS.

“No es suficiente con tener una moneda común, una presidencia común o fuentes comunes de financiación. O aceptamos la idea de un destino y unos valores comunes, o peligra el papel mismo de Europa. (…) Quédense con su moneda y déjennos con nuestros valores”.

Mateo Renzi se muestra enfático cuando habla de inmigración irregular, y razones no le faltan. Solo en las costas de Italia y entre los meses de enero y junio, 50.000 hombres, mujeres y niños fueron rescatados en el mar. De acuerdo con The Economist, la cifra anual superaba los 100.000 en el conjunto del Mediterráneo a mediados de agosto, un ritmo que pulveriza el de los tres años anteriores. El número de los que murieron no lo sabremos nunca.

En una lógica que se repite en numerosos enclaves norteafricanos, un goteo constante de potenciales refugiados e inmigrantes económicos se acumula a la espera dar el salto a Europa en cuanto tengan la oportunidad. Las razones por las que asumen los riesgos de un viaje costoso y peligroso tienen poco que ver con la caricatura que construyen oportunistas como el alcalde de Vitoria, Javier Maroto, pero eso carece de importancia en este momento. Ni los emigrantes van a alterar su pulsión por venir, ni nuestras sociedades van a mostrarse más receptivas.

El problema es que la crisis de la inmigración irregular pone de manifiesto la disfuncionalidad legal y moral de este modelo. El gang España-Marruecos, sin ir más lejos, incumple de manera sistemática en Ceuta y Melilla sus obligaciones internacionales en materia de asilo y refugio. Mientras las plañideras del Ministerio de Asuntos Exteriores se escandalizan con el drama humanitario de Siria, sus colegas de Interior deberían explicarnos a todos los europeos qué está pasando con los miles de candidatos directos a refugiados que se acumulan en nuestros centros de internamiento y que, de manera mágica, deciden no presentar una solicitud de asilo.

Así que Renzi tiene razón: este asunto amenaza la idea misma de Europa. De hecho, supone una avanzadilla de debates más amplios, como la movilidad interna de los europeos y las obligaciones de un Estado frente a los ciudadanos de países terceros: se empieza restringiendo el derecho a la movilidad de un ciudadano (legal) no comunitario y se acaba limitando el acceso de los inmigrantes europeos a los beneficios sociales más básicos. El nacionalismo y la xenofobia son procesos de dirección única que fundamentan políticas miedosas y fragmentadas. Cabe la posibilidad, por ejemplo, de que la mayor amenaza de los extranjeros a los Estados del bienestar no provenga de los trabajadores por venir, sino de los desempleados que no tienen posibilidad de retornar por la rigidez extrema de las normas de movilidad. Las puertas abiertas permiten salir, además de entrar.

Se sienten donde se sienten en este debate, seguro que podemos encontrar un punto común de partida: lo que tenemos no está funcionando para nadie, salvo para los traficantes de seres humanos. Por eso sorprende que, cuando nos acercamos al ecuador de la presidencia italiana de la UE, las promesas de una discusión seria y en profundidad se estén escapando por el mismo sumidero que se colaron las anteriores. La Cumbre Europea de junio, que debía sentar las bases de una negociación tan delicada como relevante, quedó limitada al enésimo baile de sillas de los cargos europeos, como si eso importase a alguien más que a ellos. El abandono político en el que han quedado varados los países del sur de la UE es tanto como suponer que el conflicto de Ucrania debería preocupar únicamente a polacos y eslovacos. Renzi tiene razón y Europa debe despertar cuanto antes de este letargo irritante.

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Europa muchas veces es demasiado lenta y blanda.
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