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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las chapuzas de la TDT

La mala planificación audiovisual provoca nuevos cambios en los canales de televisión

Marcos Balfagón

Por más que sus programas de entretenimiento sean denostados, sus tertulias políticas crispen a muchos espectadores y sus telediarios sean tildados de partidistas, la televisión es hoy por hoy el principal instrumento de información y de ocio para buena parte de la población. Sobre todo para quienes viven en zonas rurales y no tienen cerca un quiosco donde comprar un periódico o un cine en el que ver una película de estreno.

Gracias a la televisión digital terrestre (TDT), que se implantó en 2010, la oferta de canales se ha visto multiplicada en los últimos años. Este salto tecnológico no fue ni fácil ni gratis. Obligó a acondicionar las antenas colectivas y también a adquirir nuevos televisores, a no ser que se comprara un descodificador para conectarlo a los viejos receptores. Entrar en la era digital salió de media a unos 50 euros por hogar.

Se vendió entonces la idea de que detrás de la TDT había todo un mundo mágico y paradisiaco: multitud de canales, diversidad de contenidos, alta definición, interactividad... La realidad es que pese a las promesas oficiales —y salvo casos muy excepcionales— la TDT trajo más de lo mismo. La cantidad se impuso a la calidad y los formatos baratos de ínfimo nivel crecieron como setas.

Los espectadores tuvieron que asumir los costes de la nueva televisión sin rechistar. La implantación de la TDT no era un capricho español sino una directriz comunitaria. Ahora Europa obliga de nuevo a emprender cambios porque la telefonía móvil de alta velocidad necesita una parte de las frecuencias que ocupan las televisiones. La Comisión Europea ha reservado una banda de frecuencias (790-862 MHz) para la tecnología 4G en toda la UE, de modo que algunos canales —sean públicos, privados, nacionales, autonómicos o locales— van a tener que ser desalojados de su sitio.

Como es lógico, serán los sufridos espectadores quienes sufraguen la mudanza. Aunque si España hubiera planificado de una manera menos chapucera la TDT —recuérdese que el Tribunal Supremo anuló la concesión de nueve canales— quizá hubiese sido menos complejo todo el proceso. Al menos en esta ocasión no hay que ir a la tienda a la caza del descodificador.

 

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