Horchata
Asistimos al fin del mundo tal como lo conocíamos, y nosotros catatónicos perdidos
Todo cansa. Hasta las noticias bomba. Después de un curso de hecatombe en hecatombe informativa, estamos tan curados de espanto que nos da igual ocho que ochenta. Solo hay que plantar la toalla en la arena y pegar la oreja. Hemos tirado la esterilla. Tenemos dos reyes y dos reinas y una exinfanta imputada y aquí no ha pasado nada. Rubalcaba y Duran Lleida se hicieron el haraquiri inducido y si te he visto no me acuerdo. Llegan cada día muertos de hambre a nuestras costas y aquí paz y después, gloria. El timador Pujol se chulea del prójimo del bracete de su señora y nadie le alza una voz más alta que otra, no sea que se nos ofenda el exsanto en vida. Se está muriendo gente que no se moría nunca, que decía Gila, y nosotros tan panchos. Por no haber, no hay ni canción del verano, a no ser que alguien sobrio y en plena posesión de sus facultades estéticas acepte la monserga titulada Bailando como música.
Asistimos al fin del mundo tal como lo conocíamos. Y mientras, henos aquí a tantos, tan entretenidos con los cuerpazos de la playa, los fichajes del verano y las fiestas de los pueblos. Hartos de pan y pantallas, vivimos demasiados. Date cabezazos contra la pared, me decía mi padre proféticamente cuando le iba con que me aburría en la chicharrera de la siesta tal día como hoy hace equis décadas. Así estamos muchos hoy, y no solo quienes saltan del balcón para grabarlo con el móvil. Catatónicos perdidos. Hastiados de tanto estímulo. Dicho esto, quien no vea que el notición del verano es el romance entre Bigote Arrocet y María Teresa Campos, no tiene sangre en las venas. Si acaso, horchata. Y granizada, que tarda más en consumirse y en que la mirada asesina del camarero te eche de la mesa del paseo marítimo que has trincado de chiripa. Ya nos calentaremos en septiembre, si eso.
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