Una diplomática con pocos pelos en la lengua
Miembro de la 'familia real’ de EE UU, es la primera mujer que representa a su país en Tokio
Hace ya casi un año que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anunció la designación de Caroline Kennedy como embajadora en Japón. Mientras cuatro años antes había renunciado a la carrera por un escaño como senadora demócrata por Nueva York, por “motivos personales” que nunca quiso precisar, en noviembre pasado Kennedy asumió el cargo de representante de su país en Tokio en una ceremonia que incluyó un desfile en carroza por el centro de la capital nipona y ciudadanos que salieron con banderas estadounidenses a la calle para vitorearla. En los ocho meses que han pasado desde entonces no ha dejado de acaparar la atención. Y ha demostrado ser una diplomática con bastantes pocos pelos en la lengua.
Firme aliada de Obama, a quien prestó un apoyo clave en aquellas épicas primarias demócratas de 2008 contra Hillary Clinton, su nombramiento como la primera mujer que ocupa la embajada de Tokio fue acogido con entusiasmo en Japón, un país amante de la tradición. Los Kennedy son lo más parecido que tiene EE UU a una familia real y Caroline (Nueva York, 1957), lo más semejante a una princesa. A su fama y su glamour se suma una historia personal muy significativa para los nipones: su padre, el asesinado presidente John F. Kennedy, combatió contra Japón en la Segunda Guerra Mundial y vio hundirse el barco donde estaba destinado. La embajadora ha destacado más de una vez cómo esa historia demuestra lo lejos que han llegado estos otrora enemigos mortales que hoy son aliados cercanos.
Pero apenas dos meses después de su llegada a Japón tuvo su primer encontronazo. Usuaria habitual de las redes sociales, aprovechó su microblog en Twitter, lleno de comentarios en inglés y japonés, para arremeter contra la caza de delfines, tradicional en la localidad japonesa de Taiji. En esa práctica, retratada en el documental The Cove, los delfines son acorralados en una bahía. Algunos son seleccionados para su venta a acuarios o zoológicos, otros devueltos al mar y el resto resultan sacrificados para el consumo de su carne. “Estoy profundamente preocupada por la inhumanidad de la muerte en la caza de delfines. El Gobierno de EE UU se opone a estas prácticas”, afirmaba en un tweet en enero.
Su mensaje contra la caza de delfines causó una fuerte polémica en Japón
El comentario causó una fuerte polémica en Japón. Los pescadores de Taiji invitaron a la embajadora a que acudiera a la localidad y “viera por sí misma” la caza. Ella, por su parte, puntualizaba que se trataba del punto de vista oficial de la Administración estadounidense. “Es una política establecida desde hace mucho tiempo, no era mi opinión personal”, declaraba en abril a la cadena de televisión de su país ABC. “Creo que de lo que se trata el ser aliados precisamente es que podemos expresar nuestros desacuerdos”, agregaba.
Precisamente esa alianza es lo que más ocupada la ha tenido. Tokio se ha convertido en un puesto muy delicado para un embajador estadounidense, incluso si se trata de alguien con el poso y la abultada agenda de contactos de Kennedy. Japón, al tiempo que ha aunado cada vez más posiciones con Washington, se encuentra inmerso en una agria disputa con China por la soberanía de las islas conocidas en mandarín como Diaoyu y como Senkaku en japonés. China y Corea del Sur aún tienen muy a flor de piel las heridas que dejó la invasión japonesa durante la Segunda Guerra Mundial. Unas heridas que el primer ministro nipón, Shinzo Abe, y los políticos de su partido reabren en sus visitas al santuario de Yasukuni, donde se honra a los muertos en servicio del emperador, entre ellos a más de un millar de criminales de guerra, de los que 14 son del tipo A, los más brutales. La última visita de Abe fue en diciembre.
Kennedy ha dejado claro en sus conversaciones con el Gobierno japonés que las visitas a Yasukuni no le parecen una buena idea. En una entrevista concedida a la televisión nipona NHK afirmaba que “cualquier cosa que distraiga de todo el trabajo que hacemos juntos y que dificulta el clima regional es algo que no es constructivo a la hora de avanzar, porque lo que verdaderamente necesitamos es mirar adelante”. Desde luego, si algún político japonés esperaba que la señora embajadora se limitara a tomar el té y organizar recepciones de alto copete, podía darse desde entonces por desengañado.
Kennedy ha dejado claro al Gobierno nipón que hay que mirar adelante
Otras de sus actividades han tenido un tenor más diplomático, aunque no menos importante. Ha visitado la maltrecha central nuclear de Fukushima o la isla de Okinawa, donde se encuentran varias bases estadounidenses y cuyo impacto ha prometido tratar de reducir en colaboración con el Gobierno japonés. Ha escrito una carta —aunque esto sí que de manera estrictamente privada— para expresar su apoyo en temas relacionados con la mujer a la legisladora Ayaka Shiomura. Miembro de la formación Tu Partido, esta política de 35 años fue abucheada y recibió insultos sexistas cuando en un debate en la Asamblea de Tokio reclamaba más ayudas para las mujeres que quieren tener hijos.
Aunque su presencia en Japón ya no es una novedad, y el manejo del idioma aún se le resiste —la palabra que se le da mejor, reconoce, es arigato (gracias)—, Kennedy aún sigue siendo una embajadora popular. Le gusta salir de la embajada a correr o a dar una vuelta en bicicleta por las cercanías del Palacio Imperial, donde en noviembre presentó sus credenciales al emperador Akihito. En ocasiones, los viandantes la reconocen y algunos intentan saludarla. “Depende de lo rápido que vaya”, declaraba a ABC.
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