Timidez bancaria
A pesar de las facilidades monetarias del BCE el exceso de dinero no se convierte en préstamos
Una de las pruebas más claras de que la recuperación económica (española y europea) se ha consolidado será el aumento del crédito a ritmos iguales o superiores al crecimiento nominal del PIB (español y europeo). Pero el crédito, como cualquier otra magnitud económica, no responde a impulsos en una sola dirección. No se trata solo de que los bancos quieran aumentar los préstamos, sino de que existan proyectos empresariales que convenzan al prestamista de que obtendrá beneficios con el crédito. Esa relación entre entidades recapitalizadas, dispuestas a considerar el crédito como su negocio principal, y empresas que generan beneficios constituye uno de los rasgos principales de la recuperación económica.
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A pesar de los esfuerzos de la autoridad monetaria europea, el crédito no responde. El Banco Central Europeo (BCE) ha tomado decisiones correctas (reducción de tipos de intervención, facilidades monetarias, penalización con el 0,10% de interés a los depósitos en las cuentas de la institución), pero el exceso de liquidez no se transforma en más préstamos para empresas y familias. Las razones de esta resistencia son claras. Por una parte, la percepción bancaria de que no abundan las peticiones solventes; por otra, la posibilidad de que las pruebas de resistencia de la banca impliquen en el futuro adicionales requerimientos de capital que obliguen a más recapitalización. La prudencia de Mario Draghi cuando anunció que los efectos de las nuevas medidas monetarias tardarían en notarse varios trimestres reflejan la necesidad de que pase el tiempo necesario para estabilizar los requerimientos a la banca.
La reticencia crediticia es un signo evidente de que la recuperación europea tropieza con dificultades. Una de las más acusadas es el valor del euro, excesivamente apreciado. No debe olvidarse que las medidas monetarias del BCE tienen como objetivo, además de restaurar el crédito y situar la inflación en niveles aceptables, bajar el tipo de cambio de la moneda europea para que no se convierta en un freno a las exportaciones y, por tanto, a una recuperación continuada. El tipo de cambio de equilibrio debería estar en torno a 1,20 dólares por euro; en estos momentos está en 1,34. El euro se deprecia con más lentitud de lo que al BCE le gustaría y esa contrariedad hay que atribuirla a las decisiones monetarias de Washington, Londres y Tokio.
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