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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Niños de aquí, niños de allí

La autora del texto es Marta Arias de UNICEF España.

©Tanya Bindra

“Aquí y allí”. Desde que la crisis económica empezó a mostrar sus efectos más duros en España, esta ha sido una de las obsesiones de trabajadores y voluntarios en muchas de las entidades que se dedican a la cooperación internacional y a la atención social en nuestro país.

¿Ha llegado el momento de centrarnos preferentemente en la situación en España? ¿Abrimos al menos algunos programas similares a los que desarrollamos en cooperación? ¿Podemos seguir pidiendo ayuda para otros países “con la que aquí está cayendo”? ¿Es responsable hablar de pobreza en España cuando conocemos de sobra el abismo que, a pesar de la crisis, nos separa de un mundo en el que siguen muriendo 18.000 niños cada día por causas totalmente evitables?

Durante este año 2014 he tenido la oportunidad de vivir intensamente las dos realidades. Por un lado, a través del proceso de elaboración del informe de UNICEF Comité Español ‘La Infancia en España 2014’ en el que entre otras cosas hacíamos un análisis del preocupante aumento del riesgo de pobreza infantil, que afecta ya a más de uno de cada cuatro niños. Situaciones muy duras para muchas familias, que conocemos de primera mano a través de iniciativas como nuestra colaboración con más de 150 ayuntamientos, a los que apoyamos para diseñar políticas de atención a la infancia, un trabajo que también reproducimos a nivel autonómico y central.

Pero nuestro trabajo no se limita dar seguimiento y promover los derechos de la infancia en España, puesto que dedicamos buena parte de nuestros esfuerzos a dar apoyo a la labor de UNICEF en los países en desarrollo. Esta tarea me llevó hace unas semanas a la República Centroafricana, uno de los países más pobres y olvidados del planeta, asolado por un conflicto interno que ha provocado el desplazamiento de más de 700.000 personas, tanto dentro como fuera de sus fronteras. Y, como suele ocurrir, los niños se están llevando la peor parte: muchos han sido directamente atacados, convertidos en un objetivo fácil para vengar el odio irracional entre los adultos. Otros están traumatizados por las situaciones vividas, casi todos han visto interrumpida su educación y muchos padecen diversos problemas relacionados con la desnutrición, que se combina con el paludismo en una mezcla explosiva que llena los pocos centros de salud que todavía siguen en pie.

Sinceramente, creo que no tiene sentido comparar las dos realidades. Son mundos tan lejanos que es imposible hacerlo. Además, cada niño que sufre, por el motivo que sea, merece ser atendido para garantizar que sus derechos son respetados. Pero precisamente por el hecho de tratarse de realidades tan diversas, es fundamental para una organización global como UNICEF diferenciar nuestra forma de actuar en cada caso. Con cierta frecuencia, hay personas sensibles ante la situación en España que nos recriminan por no realizar tareas de atención directa a la infancia aquí. Si alguna vez me sentí incómoda al respecto, después de este viaje no me cabe la menor duda: República Centroafricana es un ejemplo perfecto para ilustrar la necesidad de mantener la cooperación internacional. Allí la labor de las agencias humanitarias y de desarrollo es, a día de hoy, insustituible. El estado apenas existe, no tiene ni los recursos económicos ni humanos para hacer frente a un drama que se lleva la vida de un niño cada 21 segundos.

¿Podemos decir lo mismo en España? Sin duda, la respuesta es no. Con crisis o sin ella, seguimos estando en el lado rico del planeta, entre las 20 primeras economías, con unas estructuras y unas capacidades que deberían ser más que suficientes para impedir que un solo niño se viese enfrentado a una realidad de pobreza o exclusión.

El mandato de UNICEF diferencia su trabajo en función del nivel de desarrollo y las capacidades de los países. Por eso, aquí (país con recursos y capacidades suficientes) nuestro papel no consiste en replicar lo que hacemos en el mundo en desarrollo, sino en recordarle al Estado que es su responsabilidad garantizar el pleno acceso de la infancia a todos sus derechos. Así lo hacemos a través de nuestros estudios, la elaboración permanente de propuestas concretas y el trabajo cotidiano con distintas entidades, públicas y privadas.

El aquí y el allí se mezclan para mí más que nunca en estos días. Pero se trata en realidad de dos adverbios que en el caso de la infancia no tienen mucho sentido. En Madrid o en Bangui, en Perú o en la India, los niños son sólo eso y nada menos que eso: ciudadanos plenos, especialmente vulnerables pero también titulares de derechos específicos que todos deberíamos proteger.

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