Miguitas como señal del apocalipsis
Lo que me inquieta de la tienda de repostería canina es su potencial para crear una superraza de mascotas gourmets que comiencen a replicar las tendencias alimentarias contemporáneas
Mucho criticamos a los modernos barbudos del madrileño barrio de Malasaña, pero quizá ha llegado el momento de reconocer que no existe un lugar en España cuyos negocios sintonicen mejor con el estado mental, social y cultural de nuestros días. Es decir, con la demencia. Un reciente artículo de la revista Vice habla de un local de souvenirs que vende camisetas de Rosa Chacel —¿la Che Guevara hipster?—, pero sobre todo incide en un floreciente bisnes que me tiene turulato: Miguitas.
Miguitas es una tienda de repostería canina, que existe desde hace tiempo en Internet pero que ahora cuenta con un punto de venta no virtual. “Nuestras mascotas tienen paladar”, dicen en su web, para después ofrecer todo un catálogo de caprichos varios para aburguesar animales: galletas clásicas, galletas gourmet, bizcochos, tartas, muffins e incluso astas de ciervo “sostenibles, amigables, sin conservantes ni aditivos”. La tienda ha cosechado tal éxito que ha obligado a sus dueños a mudarse a un espacio más grande, lo que demuestra que los perros son los nuevos niños: menos molestos y más agradecidos, pero igual de malcriables a base de caprichos.
Al conocer la existencia de Miguitas, muchas personas reaccionan emitiendo una condena moral. Lo ven como una estupidez, una ofensa para la gente que pasa hambre en el mundo, cuando no un signo de que nuestra especie ha entrado en decadencia y merece la extinción. Carezco de argumentos sólidos para rebatir dichos análisis, pero si Miguitas es un signo del próximo apocalipsis, tampoco puedo verlo con malos ojos, creyendo como creo que las cucarachas y las ratas merecen relevarnos y que algún día se tendrá que acabar de una santa vez esta bobada del ser humano.
Honestamente, a mí lo que me inquieta de Miguitas es su potencial para crear una superraza de mascotas gourmets que comiencen a replicar las tendencias alimentarias contemporáneas. Pienso en perros que aprecien el buey de Kobe y se quejen de que lo que te dan por ahí es vaca vieja. Perros malenis que sepan de frostings y prefieran los cupcakes a las magdalenas. Perros que si la carne no es ecológica, no la quieran comer. Perros veganos contra el maltrato animal, perros que digan no al gluten sin ser celíacos o perros que prefieran los chuscos de pan de espelta a los de trigo convencional. ¿Usted querría vivir en un mundo así? Yo, no, proclamo mientras le doy a mi chucha su primera galleta integral de foie con parmesano rica en matices organolépticos.
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