El motor de un gran viaje
Autor invitado: Carlos Garcia Portal (Charly Sinewan)
No sabía, o al menos no recordaba, la existencia de un país llamado Islas Comoras.
Sin embargo hoy estoy aquí, alojado en un tranquilo hotel de Moroni y sorprendido por esta nueva chincheta en mi mapa del mundo. Me dirijo a Madagascar, pero viajo despacio, muy despacio, intentando que nunca termine. Alargando la vida, que diría Martín Caparrós, porque viajar es la única forma de engañar al tiempo.
En unos días me embarcaré por segunda vez en un carguero. En algún rincón de su cubierta anclaremos mi moto para que aguante el vaivén del océano. Si se repite la historia de unos días atrás viniendo desde Dar es Salaam, pasaré horas tumbado, combatiendo el mareo y sin poder hacer otra cosa que pensar y mirar atrás, recordando el camino recorrido hasta aquí.
Llevo cinco años dando la vuelta al mundo en moto. Primero fue Europa, Asia y Oceanía, en un viaje de ocho meses a través de veintitrés países y cientos de pequeñas anécdotas que hicieron de aquel viaje el principio de una historia. Después comencé con África, bajando por la costa oeste hasta Ciudad del Cabo. Ahora subo por el este dirección a casa, pasando páginas lentamente, intentando que nunca termine el libro.
Viajo solo pero vamos muchos en mi moto. Pertenezco a la generación de viajeros 2.0, trotamundos que compartimos nuestras experiencias a través de la red. En estos años se han ido uniendo unos cuantos miles de lectores, casi diría amigos, que me animan a seguir viajando y a compartir mis experiencias.
En octubre de 2009 llegué a India tras atravesar Paquistán e Irán. Al cruzar esa frontera sentí que mi vida debía ser siempre un viaje, que había nacido nómada.
El Telediario se había encargado de llenarme de miedos y dudas que kilómetro a kilómetro se fueron convirtiendo en autoestima. El mundo me mostraba una cara mucho más dócil, habitado principalmente por personas con ganas de socorrer y no de asaltar al viajero.
- ¿No habrás venido desde España en esa moto?
El personaje se llamaba Ángelo y llevaba treinta años viviendo en el valle de Manali. Durante diez días me convertí en su fiel escudero, empapándome de su peculiar forma de entender la vida. Él me habló del motor de un viaje tan largo, de una vida viajando. Los lugares, decía, no son más que escenarios, pero el viaje eres tú y las personas que te acompañan. Nunca recordarás Manali por su espectacular valle ni por el imponente Himalaya que nos rodea. Lo harás siempre por los momentos que aquí pasaste, con los amigos que te encontraste y que aunquepronto dejarás para siempre, nunca olvidarás. Todos ellos dejarán un pequeño poso en ti.
Años después de aquello la policía me tuvo retenido dos interminables horas en la frontera entre Benín y Nigeria. La cuota eran setenta euros y el argumento para exigirla giraba exclusivamente en el color de mi piel y el oportunismo que da una placa mezclada con el arte de impartir miedo. Aunque mi bolsillo se lo podía permitir, mi moral no, porque la corrupción es un asco y el viajero ha de combatir con ella. Y para ello sólo conozco un sistema, la paciencia y mantener siempre la educación y el respeto, aunque no sea merecido.
Dos horas después salí de allí con el bolsillo intacto pero con el sol muy bajo. Eso provocó tener que entrar en Lagos anocheciendo, con todas las alarmas retumbando en el interior de mi casco. El miedo, si no se convierte en pánico, puede ser un buen aliado.
Lagos, como tantas grandes ciudades africanas, es una nube de humo negro y un continuo colapso de coches, camiones, pequeñas motocicletas, transeúntes y algún que otro animal suelto. La moto es un reclamo ostentoso, pero también un lugar seguro mientras puedas acelerar. Serpenteando entre el tráfico llegué a un barrio periférico donde finalmente encontré un hotel. Al cruzar la puerta sentí alivio, llevaba horas con la sensación de no estar en el sitio correcto a la hora adecuada.
El hotel era un lugar extraño, una mezcla entre alojamiento y sala de fiestas. Ser el único blanco es siempre una ventaja entre la inmensa mayoría de personas amigables que habitamos este mundo. Esa noche comencé a conocer al nigeriano, un tipo con mucho carácter y personalidad, que no se siente intimidado por ese aura desupuesta supremacía blanca que parece existir en otras partes de África. Aquella noche los temidos nigerianos me agasajaron con todo lo que tenían. Incluso tuve varias ofertas para dormir acompañado, porque aquel hotel tan raro resultó también ser un lupanar. Obviamente la dosis de riesgo la dejo exclusivamente para el viaje en moto.
Al día siguiente dejé aquel escenario sucio, bullicioso e inseguro, pero que siempre recordaré como un excelente lugar en mi mundo.
Pasaron los años y seguí viajando, haciendo etapas por África y volviendo a España a trabajar para ahorrar y poder así reanudar la marcha. El año pasado comencé a plantearme soltar todos los cabos que me unían a España y dedicarme exclusivamente a viajar. Con ese dilema llegué una tarde de julio a Underberg, un pequeño pueblo sudafricano a los pies de las grandes montañas del Reino de Lesoto.
Me alojé en Khotso, una granja con un pequeño hospedaje para mochileros y una excelente pradera donde plantar mi tienda de campaña. El inmejorable escenario lo completaban Steve y Lulu, los dueños de la granja. Nueve años atrás Lulu había decidido soltar todos sus cabos y dejar su México DF natal para emprender un gran viaje. Cuando llegó aquí se enamoró de Steve y su viaje continuó sin necesidad de seguir avanzando.
Pasé dos semanas con ellos, por eso siempre recuerdo Underberg como uno de los mejores lugares que conozco. El poso de Steve y sobre todo de Lulu, en la que me vi reflejado, han quedado para siempre.
Porque al final no se trata de pasarse la vida viajando, sino que la vida se convierta en un viaje.
(*) Charly Sinewan nos contará aquí a partir de hoy algunas de sus experiencias en este periplo personal y mundial. Para seguirle y contactar con él basta seguir www.sinewan.com
Facebook: El Mundo en Moto Sinewan
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