De cero
Mirar hacia otro lado, prometer un golpe de timón sin analizar dónde se perdió el rumbo, sólo traerá consigo más desconfianza y el incremento del hartazgo ciudadano
La teoría es espléndida. Empezar de cero implica entusiasmo, generosidad, compasión, empatía, confianza y fe en el futuro. El hecho de estrenar cualquier cosa, desde unos pendientes de mercadillo hasta un traje de etiqueta, posee un indudable componente festivo. El más inepto de los técnicos de marketing escogería este encargo frente a cualquier otro que implicara la tarea de cuadrar las cuentas del presente con la herencia del pasado. Siempre es más fácil vender lo nuevo.
La teoría es espléndida, pero al formularla no se previó la resistencia de los materiales, su oposición al desgaste provocado por la erosión del tiempo. Un error grave, pero no tanto como negar el deterioro, pretender neutralizarlo por el procedimiento de volver a empezar de cero, y otra, y otra vez, hasta crear un efecto tristísimo, comparable al que produciría un traje de marinerito sobre el decrépito cuerpo de un anciano.
La espléndida teoría de 1978 ha agotado su potencial. Cualquier intento de renovación de las instituciones debería pasar forzosamente por el reconocimiento de los errores cometidos. Mirar hacia otro lado, recurrir al repaso insistente de viejos méritos, prometer un golpe de timón sin analizar dónde se perdió el rumbo, sólo traerá consigo más desconfianza, más desapego y el incremento del hartazgo ciudadano. Mientras sigamos siendo el país donde todo el mundo sale del paso declarando que no es el momento de buscar responsables, como una garantía de que ese momento nunca llegará, la responsabilidad de los culpables se agigantará sin cesar. La Roja, el PSOE, el PP, el bipartidismo, la Corona y el propio Estado se encuentran atrapados en el mismo conflicto. Hasta ahora, el único índice apreciable de renovación consiste en la invasión de policías que padecen las calles. Eso es lo único que recuerda de verdad a la España de 1978.
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