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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Refugiados en Uganda

Con motivo del día del refugiado hemos invitado a ecribir desde Uganda aNoah Gottschalk experto asesor de política humanitaria que trabaja en los campos de refugiados con Sursudaneses. Precisamente el pasado unes se cumplieron los 6 meses del conflcitoen Sudan del Sur con cientos de miles de desplazados internos y en las fronteras.

Campo de refugiados de Nyumanzi en Uganda.Geno Teofilo/Oxfam

Un joven desgarbado, vestido con unos pantalones cortos raídos y unas sandalias negras adornadas con corazones de plástico rosas, emerge de una choza de hierba y camina hacia mí. En un inglés perfecto, Jacob me explica cómo ha acabado viviendo en este remoto asentamiento de refugiados, uno de la veintena de campos que han surgido en mitad del bosque a lo largo de la frontera de Uganda con Sudán del Sur. Hace 18 meses era uno de los pocos jóvenes privilegiados de Sudán del Sur que podía cursar secundaria en Kampala, la capital de Uganda. Pero entonces, hace apenas unos meses, recibió una llamada que cambió su vida.

El padre de Jacob le telefoneó para decirle que la tienda de su familia en Sudán del Sur había sido saqueada y destrozada. Ante el creciente conflicto entre las distintas facciones del partido gobernante, él y otros nueve miembros de su familia habían decidido huir a Uganda. No habría más dinero con el que pagar sus estudios. Jacob y su hermana mayor podrían acabar lo que quedaba de curso pero, después, deberían dejar la escuela, la ciudad y a sus amigos para ir a vivir con su familia a un campo de refugiados.

Mientras Jacob me contaba la historia de su hermana Juliana, sentí cómo se me formaba un nudo en el estómago. A pesar de vivir en un país donde el nivel de analfabetismo entre las mujeres había sido durante mucho tiempo tremendamente alto, su padre le había animado a retrasar el matrimonio hasta acabar la escuela secundaria. Ahora, solo era cuestión de tiempo que el viejo patrón volviera a repetirse en Juliana y otras tantas chicas como ella.

El acuerdo de paz para Sudán de 2005 acabó con más de dos décadas de guerra civil, allanando el camino para que Sudán del Sur obtuviese la independencia y cientos de miles de refugiados pudieran volver a sus casas. Día tras día escuchaba los gritos emocionados de las mujeres al ver cómo los enormes camiones blancos de Naciones Unidas abandonaban los campos y una nerviosa pero contenta población refugiada regresaba a sus hogares. Ahora, apenas unos años después de que llegara la paz, muchas de esas mismas personas llenas de esperanza, como otras miles y miles más, se han vuelto a ver obligadas a abandonar sus casas debido a la violencia que asola Sudán del Sur.

Con un millón y medio de sursudaneses y sursudanesas desplazados y más de cuatro millones de personas en necesidad urgente de ayuda, es fácil perder la esperanza. Pero no debemos hacerlo.

En 2007, en Sudán del Sur una adolescente tenía más posibilidades de morir durante el parto que de graduarse en la escuela secundaria. Desde entonces, y gracias a los esfuerzos de millones de profesionales de la salud y la educación, así como, también, al apoyo de la ciudadanía y una comunidad internacional comprometida, estas probabilidades habían comenzado a cambiar.

Ahora, gran parte de estos esfuerzos por impulsar un desarrollo transformador se han desviado, comprensiblemente, a satisfacer las necesidades de ayuda humanitaria más urgentes. Pero aún no es demasiado tarde para evitar que estos logros alcanzados con duro esfuerzo se malogren. Lo primero y lo más importante que debemos hacer es apoyar el desarrollo en aquellas áreas de Sudán del Sur donde esto sea posible. Sin embargo, con el creciente número de personas desplazadas por toda la región –cada siete minutos una persona cruza la frontera para refugiarse en Uganda–, también debemos invertir en las decenas de miles de prometedores jóvenes como Jacob y Juliana que vivirán fuera de su país durante los próximos años.

Entre tan gran sufrimiento humano, es complicado hacer las cosas mejor, pero hay oportunidades y debemos aprovecharlas. Las personas como Jacob que hablan de unidad nacional y rechazan la lucha por dividir al país en torno a intereses tribales, son la mejor esperanza de futuro para Sudán del Sur. Si actuamos ahora para proporcionarle a él y otras personas jóvenes la oportunidad de estudiar, formarse o ganar algo de dinero para mantener a sus familias, podemos evitar que esta nueva generación caiga en las garras de un matrimonio prematuro, el alcoholismo o una vida sumida en el conflicto. Si invertimos ahora en programas para la reconciliación y la construcción de la paz, podemos unir a las comunidades de una vez por todas. De lo contrario, cualquier paz será efímera y los niños y niñas como Jacob no podrán aprovechar todo su potencial para hacer de Sudán del Sur un país mejor para todos sus ciudadanos y ciudadanas.

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