Refundación
El PSC debe encarar la crisis que atraviesa sin renunciar a ninguna de sus sensibilidades
Parecía difícil que las cosas pudieran empeorar en la larga crisis que atraviesa el Partit dels Socialistes de Catalunya, pero el domingo creció un peldaño más al frustrarse, de forma inopinada, la candidatura de Núria Parlon, alcaldesa de Santa Coloma de Gramenet, a dirigir el partido tras la dimisión de Pere Navarro. El paso atrás dado por la joven alcaldesa, cuya personalidad y posiciones parecían idóneas para suturar heridas y amortiguar divisiones internas, deja al partido en una situación de interinidad que, si no se gestiona bien, puede acabar de hundirle, y con él, a uno de los bastiones electorales con los que tradicionalmente contaba el PSOE.
Aunque Parlon ha esgrimido razones difícilmente refutables e idénticas a las aducidas por Susana Díaz para no optar a la secretaría general del PSOE —la incompatibilidad de un cargo tan exigente con la dedicación que requiere la alcaldía—, todo parece indicar que han pesado también otros factores, entre ellos, el margen de maniobra —escaso— de que dispondría para introducir cambios sustanciales.
La decisión de Parlon causó sorpresa y estupor. De hecho, no llegó a participar en la reunión del Consejo Nacional cuando todos la esperaban y estaba incluso previsto que se sentara junto a Navarro para exhibir la imagen del relevo. El episodio ha evidenciado la dificultad del PSC para encontrar un reemplazo de consenso capaz de asumir la difícil tarea de recuperar la credibilidad y reflotar el partido. Y, sin embargo, esa es la tarea más urgente.
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Ante el vacío que se ha producido, uno de los miembros de la ejecutiva, Miquel Iceta, se postuló para asumir las riendas si no había otros candidatos. Ayer formalizó su candidatura. Iceta es un parlamentario brillante y apreciado, pero habiendo formado parte del núcleo central del aparato desde hace años, muchos le consideran corresponsable de la situación actual. No cabe duda de que puede ser una solución idónea para un periodo transitorio, pero a medio plazo le resultará difícil demostrar que, habiendo sido parte del problema, pueda serlo de la solución.
El socialismo catalán necesita una refundación y savia nueva capaz de impulsar un proyecto que aspire a tener el apoyo de la mayoría. Y hacerlo sobre la premisa de que no tiene por qué renunciar a ninguna de las dos grandes sensibilidades que, desde su fundación, no solo han convivido, sino que han sabido representar a las corrientes centrales de la sociedad catalana. El que el soberanismo haya logrado desplazar la política catalana hacia el eje identitario añade dificultades a la apuesta, pero la relación con España no es el único problema que tienen los catalanes, y la salida que ofrecen Mas y Junqueras a este conflicto tampoco es la única posible ni desde luego la más conveniente. La mejor salida es la que garantiza la convivencia y en ese punto el socialismo catalán tiene mucho que decir sin renunciar a su seña de identidad catalanista, que no debe confundirse con el nacionalismo, ni abjurar de su relación con el socialismo español.
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