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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Terror en Karachi

La falta de firmeza del Gobierno paquistaní da alas al imparable yihadismo talibán

El sangriento doble asalto de los talibanes paquistaníes contra instalaciones del aeropuerto de Karachi —más de una treintena de muertos— debería servir para acabar con el espejismo negociador que el Gobierno de Nawaz Sharif mantiene con los terroristas islamistas. Sharif llegó al poder hace un año con la intención de hacer la paz con los talibanes locales, pero la implacable realidad muestra que el terrorismo en Pakistán está fuera de control.

Los talibanes paquistaníes, agrupados básicamente bajo el paraguas de Tehreek-e-Taliban (TTP), el mayor grupo terrorista del país, pretenden convertir la nación asiática en un Estado fundamentalista. Su expansión ha sido imparable en los dos últimos años. Recientemente han estrechado el cerco de Karachi, una megalópolis de 18 millones, capital comercial y financiera, donde multiplican sus atentados y controlan zonas enteras suburbiales. Karachi es de hecho la mayor base del terrorismo islamista fuera de las áreas tribales que bordean Afganistán.

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El balbuciente diálogo con los talibanes iniciado en marzo por el primer ministro Sharif no ha llevado a ninguna parte. Los ocasionales bombardeos aéreos o artilleros contra reductos yihadistas en la frontera afgana solo han servido para envalentonar a los fanáticos, que multiplican sus atentados contra militares y civiles y hacen de Pakistán escenario de una violencia insoportable. El TTP — en buena medida criatura de la inteligencia militar, pagada y armada para luchar contra la vecina India en Cachemira— se ha convertido en una formidable amenaza, especialmente alarmante en un país con armas atómicas.

Solo una gran ofensiva terrestre en las regiones tribales que controlan puede debilitar a los talibanes como para forzar una negociación real. Pero en el oscuro universo político paquistaní las relaciones entre los generales y el Gobierno tienen poco que ver con las que se presumen en una democracia. Sharif se resiste a ordenar ese ataque por miedo a que signifique el final de la indulgencia yihadista hacia el Punjab, la rica y poblada provincia que constituye el granero político del jefe del Gobierno.

Los audaces ataques de Karachi señalan claramente el desafío de una organización capaz de llevar a Pakistán al abismo. Sin un asalto frontal contra lo que los talibanes representan, el Estado paquistaní corre el riesgo de convertirse en rehén del terrorismo islamista y de sellar su propia demolición.

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