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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Erdogan se retrata

La tragedia minera de Soma ilumina sombríos aspectos del primer ministro turco

Las respuestas del poder a las tragedias o los desastres colectivos rara vez dejan de tener repercusión política, en una u otra dirección. A veces apuntalan a Gobiernos vacilantes o aumentan la estatura de sus responsables. Otras arrastran a otros aparentemente sólidos. En cualquier caso, retratan la catadura personal de sus representantes.

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Es difícil hacerlo peor que el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, en su visita a la ciudad de Soma, conmovida por la muerte de más de 300 mineros del carbón en el peor desastre laboral de Turquía. La tragedia, que ha provocado una oleada de ira y protestas reprimidas contundentemente, se ha vuelto contra un Gobierno acusado de demasiada afinidad con los propietarios de la industria.

Circunstancias tan dramáticas como las de Soma exigen de los mandatarios no solo su presencia, sino una sincera compasión y un mensaje inequívoco de unidad y justicia. Las palabras que quedan, sin embargo, son las de Erdogan considerando lo ocurrido un hecho natural y citando, para explicar su inevitabilidad, situaciones semejantes en la Inglaterra del siglo XIX. Y la imagen más explícita y bochornosa de la visita es la de uno de sus atildados ayudantes pateando en el suelo a un manifestante inmovilizado por las fuerzas de seguridad. Todo un compendio de las relaciones con los ciudadanos de un poder que trata la discrepancia como traición.

Un poder, el del primer ministro y su partido islamista Justicia y Desarrollo (AKP), que mantiene el control absoluto de Turquía y que Erdogan pretende prolongar convirtiéndose en presidente de la República con facultades ampliadas. El jefe del Gobierno —que encarcela a periodistas críticos, demoniza a las redes sociales e impulsa con fervor el papel de la religión en la vida pública— se ha revalidado en las urnas, recientemente en las elecciones locales, pese a una sucesión de escándalos de corrupción que le implican directamente.

Erdogan ha perdido en Soma la batalla de la empatía con su país. El líder turco se ha comportado más como un acosado político en campaña que como el aglutinante del dolor y la confianza de sus compatriotas en un momento crítico. Sus gestos y las imágenes que han dado la vuelta al mundo refuerzan la idea de un jefe de Gobierno desabrido, arrogante e imparablemente autoritario. Decididamente, no el tipo de dirigente que pretende abrir para Turquía las puertas de la integración en Europa.

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