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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El centro, para los peatones

No hay plan serio de limitación del tráfico privado sin mejorar los transportes públicos

SOLEDAD CALÉS

Después de varios decenios proclamando un urbanismo permisivo, con libertad de circulación por el centro de Madrid salvo esporádicas y desorganizadas peatonalizaciones, los estrategas municipales creen que hay que limitar el acceso del automóvil al centro de la capital (la almendra central, en la jerga poética municipal). Las ciudades europeas que tienen disposición concéntrica (como Madrid) o centros urbanos con mucha personalidad descubrieron tiempo atrás que era saludable limitar la movilidad de los coches en la almendra, a causa de los atascos crispantes y la contaminación, y probaron medios seguros para disuadir a los automovilistas. La simple prohibición basta a veces (cerrar el centro, salvo a los vecinos); si se prefieren métodos menos drásticos, recurren al “todo el que pasa, paga”.

Por cierto, el cierre también implica regular la distribución de mercancías. Acrecienta el caos ciudadano y la suciedad ambiental el que a cualquier hora del día circulen por calles peatonales camionetas de reparto, cuando lo pertinente es limitar los horarios de entregas.

Pero lo que pretende el Plan de Movilidad de Madrid (desterrar el coche del centro) no se conseguirá probablemente con las medidas anunciadas. Encarecer los parquímetros, reducir el horario de estacionamiento y ampliar las aceras apenas frenará la inercia secular del automovilista hacia la Gran Vía o la plaza Mayor; aumentar la peatonalización incita al conductor a quemar gasolina callejeando para llegar donde se propone; y ampliar las aceras tiene efectos perversos, porque los vehículos (los de reparto, por ejemplo) se detienen sin pudor donde quieren y atrapan a los conductores en retenciones indefinidas.

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Cierre controlado o peaje; tales son las soluciones más eficaces y claras. La tibieza del plan sugiere que estamos ante otra sonda electoral. La sospecha crece si se considera que cualquier limitación al automóvil privado solo es aceptable en una ciudad racional si aumentan y mejoran los servicios públicos. Sobre eso no hay plan; la frecuencia del metro se ha enquistado entre los seis y los nueve minutos y la de los autobuses, pues parecido: depende de la suerte y de la línea.

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