Torturas medievales en el siglo XXI
Esta entrada ha sido escrita por Maribel Tellado, responsable de campañas en Amnistía Internacional España. Esta organización presenta mañana su campaña #StopTortura.
La "Rueda de la tortura" encontrada en un lugar de detención de la policía no revelado en la provincia de Laguna, al sur de Manila, Filipinas. A principios de 2014, los agentes de policía de este lugar saltaron a las primeras páginas de la prensa internacional al ser descubiertos haciéndola girar por diversión para decidir qué método de tortura emplear con los detenidos del día.© Philippine Commission on Human Rights.
Hay museos donde se exhiben instrumentos que fueron creados para provocar dolor y sufrimiento a quienes caían en la desgracia de probarlos en sus propias carnes. Pone los pelos de punta imaginárselos en funcionamiento y reconforta pensar que son reliquias del pasado, confinadas a salas de exposición. Queremos creer que el paso de los siglos nos ha traído humanidad y que quienes ostentan el poder ya no recurren a la barbarie. Que la justicia y el orden se imponen de forma civilizada, desde una estricta legalidad.
Sin embargo, lejos de haberse erradicado, el salvajismo de Estado parece ir en aumento. En los últimos cinco años Amnistía Internacional ha denunciado casos de tortura y otros malos tratos en 141 países y casi la mitad de las personas recientemente encuestadas a petición de la organización en 21 países, temían sufrir tortura si eran detenidas. El mensaje es aterrador: nadie está a salvo.
Hace poco preparábamos unas fotografías para el lanzamiento de la campaña #StopTortura en las que jóvenes modelos representaban ser víctimas de este humillante castigo. Un chico tenía que simular que estaba colgado de las muñecas. Se tensaba la cuerda y sus brazos se estiraban para tomar las imágenes. Tras varios minutos empezó a quejarse. Le rozaba la cuerda, le dolían las manos, le molestaba la tensión. Lo inquietante es que él no estaba realmente colgado. Tenía los pies apoyados. Las preguntas surgían escalofriantes... ¿cómo se sintió Ali Aarraas cuando los servicios secretos de Marruecos le colgaron de verdad, durante horas, por las muñecas? ¿cuánto padeció Moses Akatugba cuando, con tan solo 16 años, la policía de Nigeria le arrancó las uñas de las manos y los pies?
“El dolor que sufrí a manos de los agentes era inimaginable”. En 2005 Moses Akatugba era un adolescente que soñaba con estudiar medicina. Le arrebataron la niñez de forma cruel para que confesara un robo que negaba haber cometido. Durante las primeras 24 horas nadie sabía dónde estaba. Cuando su madre pudo verlo, tenía heridas tan horribles que debió pagar a un médico para que lo tratara tres días a la semana durante cinco semanas.
El caso de Ali Aarraas nos toca muy de cerca. En 2010 el Gobierno español lo envió directo al infierno. El Comité de Derechos Humanos de la ONU advirtió que si era extraditado a Marruecos correría peligro de sufrir tortura. Oídos sordos que a Ali le costaron todo un manual de tormentos: le quemaron el cuerpo con cigarrillos, le aplicaron descargas eléctricas en los testículos, le colgaron de múltiples maneras y le condenaron en base a declaraciones obtenidas tras sufrir estos castigos.
A Claudia Medina, en México, también le recetaron electrocución, además de golpearla, agredirla sexualmente y atarla a una silla bajo el sol abrasador para que firmara una declaración que no le permitieron leer. A Miriam López, también en México, el ejército la mantuvo una semana en unos barracones donde la sometieron a asfixia y la violaron tres veces. Práctica extendida, la tortura sexual basada en la discriminación de género.
Y todo esto ocurre a pesar de que 155 países han ratificado la Convención contra la Tortura y Otros Malos Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes,que prohibió la tortura hace ya 30 años.
Dado este panorama ¿es posible evitar que las personas detenidas sufran torturas? Sí, estableciendo salvaguardias efectivas. Asegurando la presencia de abogados en los interrogatorios y el contacto con familiares, garantizando exámenes médicos que cumplan los estándares internacionales, impidiendo que en los juicios se admitan pruebas obtenidas bajo coacción. Y, desde luego, llevando ante la justicia a los responsables de infringirlas.
En plena era digital es más pertinente que nunca exigir que los Estados pongan fin a violaciones de derechos humanos propias de la Edad Media. Si nos plantamos entre los torturadores y sus víctimas, lo lograremos.
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