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Tribuna
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La Alianza Atlántica después de Crimea

Contener a Rusia sin humillarla sigue siendo la receta buena para EE UU y Europa

Casi al mismo tiempo que Rusia se apoderó de Crimea, el ex primer ministro noruego Jens Stoltenberg fue elegido nuevo secretario general de la OTAN. La Alianza Atlántica y su nuevo líder se enfrentarán a dos problemas complejos. Primero, cómo responder si Rusia utiliza medios violentos en su política de reconstruir un espacio económico pos-soviético. Segundo, qué hacer con las operaciones militares fuera del área tradicional de la OTAN.

Rusia puede generar gran inestabilidad si reivindica la defensa de las minorías rusas en países que fueron miembros del Pacto de Varsovia. La OTAN intervino en 1999 apoyando el secesionismo kosovar. Moscú ha comprobado en Crimea que Estados Unidos y Europa no están dispuestos a usar la fuerza para sostener la soberanía de Ucrania. Rusia es un gran mercado y proveedor energético para Europa, y ambas se necesitan. Si la diplomacia y las sanciones son las herramientas predilectas de Washington y sus aliados, la OTAN tendrá que ser una parte más dentro de una estrategia que combine asistencia militar a los aliados en el Este, sanciones, negociaciones sobre oferta y demanda energética, y mantener abiertos canales de diálogo. Además, Occidente tendrá que entender las razones que mueven a Moscú.

Las acciones fuera del área del Tratado de Washington (la franja que va desde América del Norte hasta Europa con algunas excepciones) fueron implementadas en Afganistán desde 2003 y en Libia para derrocar a Gadafi en 2011. Estas misiones parecieron dar un sentido a la OTAN. Pero sobre las dos pesan serios interrogantes. Afganistán está fragmentado y en guerra. El Estado libio se ha volatilizado en centenares de milicias, y la caída de Gadafi aceleró la desestabilización del Sahel. Los aliados dudarán antes de invertir recursos militares y económicos en otra acción incierta.

Stoltenberg proviene de un país con una fuerte tradición en la promoción del diálogo político con todos los actores en conflictos internacionales. Uno de los fundamentos de la política exterior noruega es ayudar a construir un mundo estable a través de la paz, el desarrollo y la protección de los derechos humanos. Como primer ministro (2005-2013) practicó esta política al tiempo que aumentó el gasto militar.

Obama no lo tiene fácil  entre su tibio multilateralismo y la ideología imperial de los neoconservadores

Su Gobierno estableció buenas relaciones con Rusia, negociando un acuerdo en 2010 sobre las fronteras marítimas en el Ártico. Noruega tiene también excelentes vínculos con Estados Unidos. Aunque en ocasiones sus políticas son divergentes, Oslo ha abierto vías de diálogo político útiles para Washington. A la vez, Noruega es una voz fuerte y gran contribuyente en Naciones Unidas, y un aliado comprometido en la OTAN. Esta experiencia con las dos potencias, e influencia en la ONU y la Alianza Atlántica, serán de utilidad para Stoltenberg en su relación con Moscú. Rusia quiere ser reconocida como actor geopolítico y ser tratada con respeto. Algo que no hicieron ni Estados Unidos ni Europa desde que desapareció la URSS. Y se siente humillada por la expansión de la OTAN hacia Oriente.

La reacción rusa se encuadra en una serie de cambios y tendencias globales. Primero, las crisis internas, financieras y de legitimidad internacional de Estados Unidos y Europa. Segundo, el ascenso de potencias emergentes como Brasil, Turquía, Sudáfrica e India. Tercero, que los enfrentamientos militares son improbables entre Estados que tienen estrechas relaciones económicas aunque carezcan de afinidades políticas.

Estos factores configuran un mundo multipolar diferente del bipolar de la Guerra Fría en el que la OTAN era un actor central. Barack Obama intenta conducir a su país en la transición desde haber sido país líder en el mundo a ser uno entre varios en el sistema de poder multipolar. En la OTAN, donde Washington ya no manda como en el pasado, el presidente hace equilibrios con el fin de preservar el liderazgo a la vez que presiona a los aliados para que aumenten los gastos en defensa, algo improbable en tiempos de crisis.

La tarea de Obama no es sencilla porque ante su tibio multilateralismo sobrevive la ideología imperial de los denominados neoconservadores, que confunden interesadamente la crisis de Estados Unidos con la supuesta debilidad del presidente. Obama es criticado por dialogar con Irán, presionar a Israel para que negocie con los palestinos, haber frenado el ataque militar contra el régimen de Bachar el Asad en Siria, no disuadir con fuerza a China en la confrontación territorial con Japón, y evitar amenazas militares a Rusia.

La posición dialogante de Obama es similar a la europea, pero un futuro Gobierno republicano podría apostar por una política de confrontación con Rusia. Entre los desafíos rusos y una posible radicalización en Washington, Europa queda en una difícil posición. Después de haber dado respuestas muy débiles a la primavera árabe, ¿será capaz de responder a Rusia sin creer que solo la OTAN puede ofrecer una solución? La receta de George Kennan, el fundador de la estrategia de la contención de la URSS en 1947, sigue siendo válida para Estados Unidos y Europa en los tiempos que se avecinan: contener a Rusia sin humillarla, disminuir el intervencionismo, preservar los valores democráticos, y fortalecer las capacidades económicas y sociales propias.

Mariano Aguirre dirige el Norwegian Peacebuilding Resource Centre (NOREF), en Oslo.

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