Soy Alain y llegué a España a nado
Campaña de CEAR 'Esto hay que cortarlo'
AUTOR: ALAIN DIABANZA
Soy Alain Diabanza y nací en la República Democrática del Congo. Mi país es conocido por el coltán, una riqueza natural que se utiliza en la fabricación de los aparatos electrónicos como los móviles, los portátiles, las tabletas, etc. Este mineral en vez de traernos la democracia, la paz, la riqueza o el trabajo nos ha traído una dictadura cruel yuna guerra civil que ha matado desde 1998 a más de seis millones de congoleños.
Aquí sólo hablo de la guerra del coltán, pero mi país también sufre la guerra del petróleo, del oro, del diamante... Esta situación obliga a los jóvenes como yo, un día sí y otro también, a salirpara buscar un futuro mejor, una vida digna. A mi me tocóhacer mi maleta, una bolsa con cuatro telas, y decir adiós a mi país, mi familia y mis amigos en octubre de 2002.
Con los bolsillos vacíos me vi obligado a cruzar media África a pasos de tortuga. Primero fui a Angola donde aprovechando mi título universitario en Francés y Lingüística impartí clases de idioma y trabajé en el mercado. Tras dos años ahorrando, mi objetivo de llegar hasta Marruecos estaba más cerca por lo que en junio de 2004 dejé Angola, pasé a Senegal y de ahí a Marruecos. Pisé suelo marroquí el 4 de julio de 2004.
¡Por fin en Marruecos! Hasta el momento había pensado que Marruecos ya era Europa. Una creencia errónea y muy costosa ya que debía de buscar la manera de llegar a España en busca de un futuro mejor. Para mi, las únicas opciones que tenía para llegar a España era la patera o la valla y opté por la valla ya que no disponía de dinero para pagar un pasaje en patera y pensé que era menos mortal que el mar.
Desde Rabat, donde viví unos días, me traslade a la montaña de Finideq. Desde allí observé por primera vez la valla y las concertinas. Aquello fue un duro golpe porque además pude ver cómo las concertinas causaban graves heridas y el trato que la guardia marroquí daba a las personas que la guardia civil devolvía a Marruecos. Sentía un terror atroz que me inmovilizaba. No podía creer que tuviera que pasar por aquella situación para llegar a España. Sabía todo lo que me había costado llegar hasta allí y que ya no había vuelta atrás pero eso no impedía que sintiese miedo. Miedo a perder la vida y mis sueños.
Estuve cinco meses en Finideq, la antigüedad necesaria para acceder a saltar la valla según la organización de la comunidad congoleña en la montaña. Tras este tiempo intenté hasta en tres ocasiones saltar la valla sin éxito. La guardia civil nos descubrió en las tres ocasiones y al enfocarnos con la luz del mirador nos obligaba a dar marcha atrás.
Con un grupo de otros siete congoleños decidimos que acceder por la valla era muy complicado y decidimos intentarlo a nado por la playa de Ceuta. Sin dinero para comprar los monos para bucear, compramos unas aletas y unas cámaras de ruedas que nos permitían nadar más rápido y en caso de cansancio poder flotar y recuperar fuerzas.
La noche del 10 de marzo de 2005 nos escondimos en un"tranquilo" a más de un kilómetro de la valla porque cuanto más lejos estuviésemos de la valla menos vigilancia de guardia civil y policía marroquí había. Sobre las dos de la madrugada nos metimos al agua aprovechando la oración de la guardia marroquí. Al acercarnos a España, la Guardia Civil nos localizó, primero nos señaló con un foco de luz y a pocos metros de pasar los límites de la frontera llegó un barco con varios agentes. Al principio nos obligaron a volver pero al ver que no lo hacíamos, nos recogieron uno por uno del agua y nos llevaron al hospital de Ceuta.
A la mañana siguiente nos llevaron a la comisaría de la Policía y estuve durante dos meses internado en un Ceti tras haber solicitado la petición de asilo. Desde el Ceti me mandaron al centro que la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) tiene en Málaga donde me ayudaron a tramitar los papeles y me facilitaron talleres de idioma, así como asesoría laboral para poderme incorporar al mercado laboral y a la sociedad española.
Hoy, doce años después de aquella salida del Congo me siento con la seguridad de tener una vida digna. Actualmente doy clases particulares de francés en Málaga y soy voluntario de CEAR donde ayudo en los talleres de idioma y en la conserjería del centro. Doce años después me emociona ver que he conseguido hacer realidad mi sueño y aunque ha costado mucho y he dejado atrás a mi familia, mis amigos y a mi país, miro hacia delante y veo un futuro, veo oportunidades y sobre todo veo vida.
No puedo evitar sentir el mismo miedo y el mismo terror que sentí cuando intenté saltar la valla o llegar a España a nado cuando veo en los medios de comunicación la muerte de otras personas que intentan lograr su sueño y obtener una vida digna. Cuando veo las imágenes de los 15 chicos que murieron ahogados el pasado 6 de febrero en la playa de El Tarajal, revivo el miedo y el terror. Entre ellos y yo solo hay una diferencia, el tiempo. Yo busqué la oportunidad en 2005 y ellos lo han hecho en 2014. Eso me podía haber pasado a mi. Yo podía hacer muerto en El Tarajal. Soy subsahariano como ellos, nadé allí como ellos y todos teníamos el mismo objetivo.
No es justo que la gente muera en las fronteras por buscar un futuro mejor. No es justo que lleguemos a una frontera llena de cuchillas que puede matarnos porque no somos animales, somos personas y por eso a través de la campaña de CEAR estohayquecortarlo.org pido el respeto a la vida, el respeto a las personas y el respeto a los derechos humanos en el control de las fronteras porque nadie más debería perder la vida en el mar o en la frontera.
Alain Diabanza es profesor de francés y voluntario en la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).
El silencio nos convierte en cómplices
Ninguna frontera vale más que una vida humana. Ninguna frontera debe ser el ataúd de aquellas personas que, huyendo de la guerra, la miseria o la muerte llegan a nuestras fronteras y se encuentran con la violación de los derechos humanos.
No podemos ni queremos mirar hacia otro lado y debemos saber y responsabilizarnos de que en nuestras fronteras se ejerce la violencia física contra quienes intentan cruzarlas utilizando material antidisturbios y métodos "disuasorios" como las concertinas. En nuestras fronteras se niega el auxilio a personas cuya vida peligra en el mar, se mueve la línea fronteriza de manera arbitraria y se producen devoluciones "en caliente" de los migrantes que consiguen llegar a nuestro territorio. No podemos mirar hacia otro lado.
Estas prácticas violan la legislación nacional e internacional y son un duro golpe para todas aquellas personas que entendemos que el control de las fronteras no puede anteponerse al respeto de los derechos humanos y al más básico sentido humanitario. Nuestro papel estatuario nos lleva a defender a nuestro colectivo de atención y ante la gravedad de los hechos, ser la voz de los que no tienen voz. Por eso, CEAR ha lanzado la campañaestohayquecortarlo.orgdonde hacemos un llamamiento a la ciudadanía para que firme la petición dirigida al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, solicitando poner fin a las prácticas inhumanas llevadas a cabo en las fronteras de Ceuta y Melilla, la retirada de las concertinas y el respeto y cumplimiento de la legislación nacional e internacional. Las concertinas son el elemento más visible de la violencia en las fronteras y el símbolo del racismo institucional.Cada firma es una cuchilla menos. Entre todos podemos lograr que se respeten los derechos humanos en las fronteras de nuestro país. El silencio nos convierte en cómplices.
Estrella Galán, secretaria general de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR)
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