Los ‘camisas rojas’ de Venezuela
Los camisas negras fueron un cuerpo paramilitar de la Italia fascista entre los que la violencia, la intimidación y el asesinato se usó sistemáticamente contra sus oponentes políticos y sociales. Estas organizaciones paramilitares fueron emuladas en el pasado por los camisas pardas del Tercer Reich, los camisas azules de la Falange Española y, hoy, en la Venezuela del siglo XXI, por los camisas rojas del Gobierno de Nicolás Maduro. Desde los noticieros de los televisores del país nos ha llegado una de sus últimas actuaciones: un grupo de choque chavista (actúan con impunidad y beneplácito de las autoridades) golpea a un estudiante opositor, desnudándole, humillándole y obligándole a marcharse desnudo.
Con horror contemplamos cómo ha gestionado el Gobierno de Nicolás Maduro las protestas en Venezuela, que ya se han cobrado casi 40 muertos. Los defensores del régimen se sienten legitimados para mantener su modelo de Gobierno porque les avalan unos resultados electorales, aunque estos hayan sido muy cuestionados. Sin embargo, tenemos que recordar que Mussolini y Hitler llegaron al poder aupados por el apoyo de una gran mayoría de sus pueblos. No por ello tuvieron la razón. Mucho menos les legitimaba a usar la violencia o a exterminar a la oposición.— Alejandro Rodríguez Andara. Vitoria-Gasteiz.
Indican las estadísticas, con esa pavorosa crudeza que las caracteriza, una verdad que hiela la sangre: actualmente, cada 20 minutos la delincuencia asesina a una persona en Venezuela, y menos del 5% de esos crímenes quedan castigados judicialmente. La lucha del país donde nací, y donde mis abuelos gallegos lograron rehacer su vida y construir una familia luego de la no menos espantosa Guerra Civil española, no es solo de un grupo de políticos: la lucha de Venezuela es la de un pueblo que exige su libertad. Luego de 15 años de chavismo en el poder, la sociedad democrática sabe que no puede permitirse el lujo de rendirse, aunque a veces se canse, porque está bastante claro que el que se cansa, pierde.— Carlos Lojo Gil. Valencia.
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