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Guillermo y Máxima aprueban el primer curso

Un 80% de la población confía en el nuevo monarca y un 83% considera “fascinante” a la reina consorte

Isabel Ferrer
Guillermo Alejandro y Máxima, en La Haya.
Guillermo Alejandro y Máxima, en La Haya.cordon press

Guillermo Alejandro de Holanda está a gusto llevando la corona y se le nota. Menos perfeccionista que su madre, la hoy princesa Beatriz, cumple en estos días un año en el trono con un 80% de sus compatriotas convencidos de que lo está haciendo bien. Una amplia base democrática dispuesta a arroparle mientras deja su propia huella en una monarquía que acaba de cumplir 200 años, y se proyecta hacia el futuro con ayuda de una estrella indiscutible. Es la reina consorte, Máxima, considerada “fascinante” por un 83% de los holandeses, preguntados por los nuevos monarcas.

Hace dos años, todavía durante el reinado de Beatriz, el Parlamento holandés decidió asumir toda la responsabilidad en la formación de Gobierno. Hasta entonces, el soberano podía nombrar a los políticos de su confianza para que guiaran las distintas fases del proceso. A pesar de la pérdida de influencia política que esta decisión supone, del monarca se sigue esperando que unifique y represente al país sin cometer errores.

En realidad, grandes errores, porque como dice Fred Lammers, uno de los mayores conocedores de la Casa de Orange, “equivocarse es inevitable, hasta en cosas tan sencillas como repetir o no un vestido, o bien pasar demasiado tiempo en los últimos Juegos Olímpicos ataviados con variantes del uniforme de los atletas nacionales”. “Sin embargo, Guillermo Alejandro ha demostrado que se ha preparado a fondo para su labor y la gente lo aprecia. Desde que su padre, el fallecido príncipe Claus, le sugiriera que hiciera suyos los problemas del agua, hasta hoy, ha recorrido un largo camino”, asegura.

Encontrar su propio estilo, algo así como la “marca Guillermo Alejandro”, llevará cierto tiempo. No en vano, la sombra materna, aunque benévola, sigue siendo alargada. Pero él juega con varias ventajas. Es más joven (tiene 46 años) una cuestión de simple calendario, que le acerca espontáneamente a amplios sectores de población.

Habla un holandés mucho menos elaborado y formal. Hasta su acento se acerca más al de un varón estándar de su generación. “En eso, se parece a su abuela, la exreina Juliana, partidaria de menos protocolo y más proximidad ciudadana. Beatriz, por el contrario, abogaba por darle a la jefatura del Estado el empaque apropiado”, sigue Lammers.

El nuevo rey se mueve también con mayor soltura dentro del protocolo. Habla con la gente fuera de guion, y sobre todo, ríe con gusto. Una característica de la que queda constancia en innumerables fotos del álbum de su primer año en el trono.

“Le gusta lo que hace y se nota. Ha ido creciendo en el cargo, tiene más seguridad y el compromiso que prometió durante la entronización solo ha aumentado”, asegura Reinildis van Ditzhuyzen, historiadora y experta en etiqueta y en la Casa de Orange.

Es cierto que Guillermo Alejandro se ha beneficiado de una abdicación modélica y tranquila, con una reina saliente en plena ola de popularidad (un 73%, para ser exactos) que se había ganado a su pueblo. Por su capacidad personal, y por haber sobrellevado con entereza la muerte de sus padres, esposo e hijo, el príncipe Friso, en el plazo de una década. Es verdad también, que Beatriz “estuvo sola los últimos años de reinado y su hijo tiene a Máxima a su lado”, apunta Lammers. Y ahí entra el factor glamuroso, a la vez que solvente, de su reinado. Porque Máxima, la reina consorte “forma con su esposo una pareja imbatible”, en palabras de la historiadora Reinildis. “Ella aporta imagen y valía y da brillo y contenido a su papel”.

En un país tocado también por la crisis, que no ha dado aún con la forma de recortar el estado de bienestar sin dañar a pensionistas y dependientes, Máxima es una auténtica baza. Nacida en Argentina, su origen extranjero le acerca a grandes sectores de población de otros orígenes. No es que ella pueda aligerar las tensiones de una sociedad multicultural, con una extrema derecha muy activa liderada por Geert Wilders, el político anti musulmán. Pero su presencia es creíble en proyectos de integración y desarrollo social, dentro y fuera del país. Y refuerza la promesa de su regio esposo, de “conseguir un país igualitario donde todos puedan aportar algo y hacerse oír”.

La frase fue pronunciada el pasado 30 de abril de 2013, durante la ceremonia de entronización, celebrada en Ámsterdam. Desde entonces, la pareja real ha visitado Alemania, Francia, Bélgica, Luxemburgo, Reino Unido, Noruega, Suecia, Dinamarca, España y las antiguas colonias en el Caribe, han recibido a 53 jefes de Estado (entre ellos el estadounidense Barak Obama y el chino Xi Jinping) durante la pasada cumbre nuclear, y preparan ya su primer Día del Rey, la fiesta nacional, el próximo 26 de abril.

“Beatriz ensayaba sus discursos hasta lograr el acento y modulación perfectos. Guillermo va más a su aire y lo hace bien. Si acaso, la crítica más clara que puede hacérsele es en el terreno de la austeridad. Estamos en crisis y valdría la pena que se notara también en la Casa Real. En sus gastos de vacaciones, por ejemplo”, dice Fred Lammers. Perdida la influencia política, la monarquía genera sobre todo imagen, pero la sobriedad es la cualidad más apreciada por los holandeses. Y Guillermo y Máxima lo saben.

En este año en el trono, la pareja se ha paseado por medio mundo y ha visitado a los representantes de otras casas reales en lo que es una gira de presentación. Todas las miradas de sus colegas están puestas en Guillermo y Máxima ya que ellos representan a los monarcas del siglo XXI, esos que deben de encontrar la fórmula de que la institución todavía siga teniendo sentido. Las noticias que llegan sobre el trabajo de los nuevos reyes de Holanda suponen un respiro para otras encorsetadas monarquías que todavía no han dado el salto al futuro.

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