Ni con subtítulos
Para remediar el entuerto, va Hollande y coloca al frente del Gobierno a un infiltrado de la extrema derecha económica, además de xenófobo recalcitrante
Tras los resultados electorales, en un ataque de honestidad, Hollande admitió que el cambio prometido en su programa no se había llevado a cabo. La situación, concluyó, era un desastre se mirara desde donde se mirara. Repetimos sus palabras, ahora literalmente, para que quede clara la dureza con la que el político se trató a sí mismo: “Un cambio insuficiente, demasiada lentitud, poco empleo y poca justicia social, demasiados impuestos, poca eficacia en la acción pública y demasiadas dudas sobre cómo salir de la situación”. Le faltó confesar que era un gilipollas y cortarse las venas a la vista de todos.
Lejos de eso, nombró primer ministro a Manuel Valls, que tiene de socialista lo que Marine Le Pen de antropóloga. Como señaló otro arrepentido que ahora no me viene, “no fue el electorado el que abandonó a los socialistas, sino los socialistas al electorado” (el PSOE dice aquí lo mismo, aunque con la boca pequeña). El caso es que para remediar el entuerto, va Hollande y coloca al frente del Gobierno a un infiltrado de la extrema derecha económica, además de xenófobo recalcitrante. Manuel Valls, si ustedes se acuerdan, era el ministro del Interior que ordenó el secuestro de una niña que se encontraba de excursión con sus compañeras de colegio para deportarla a Kosovo. Búsquenlo en Google tecleando los términos Leonarda Dibrani.
Todo esto empieza a parecerse a la confusión característica del final de los tiempos anunciada en los textos sagrados con la llegada del Anticristo, del que no sabemos si se trata de un particular o de una persona jurídica. El problema es que los tiempos se han acabado antes que nosotros, acuciados todavía por las necesidades del día a día, pues no han dejado de existir los lunes ni los martes. Lo que pretendíamos señalar, en fin, es que ya no les entendemos ni con subtítulos.
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