¿Qué pasaría si Barbie y Ken dominaran el mundo?
¿Qué ocurre cuando la capacidad para definir la belleza se convierte en un bien escaso? Los cánones estéticos pierden cualquier atisbo de naturalidad. La aspiración por las medidas perfectas produce una insatisfacción permanente que se traduce en enfermedades físicas y mentales. “Tener que adoptar esas exigencias de belleza para sentirte adaptado es un fascismo”, asegura Nabil Chabaan, uno de los directores de El gran día de los feos, una serie que satiriza a la industria dibujando una sociedad utópica en la que solo hay lugar para los bellos. El resto son perseguidos, encarcelados y exterminados. ¿Nos estamos dirigiendo hacia una sociedad que discrimine a los que se oponen a la Barbie?
La discoteca, todo un lugar de culto para las personalidades que regentan el mundo utópico que describe la serie, acoge un control rutinario para buscar feos encubiertos. Mientras, los espectadores tienen que elegir cual de los dos concursantes de un evolucionado Gran Hermano merece morir antes. Son solo algunas escenas de una serie que quiere combinar en todo momento la sátira con un mensaje profundo de denuncia.
“Los personajes de las series de televisión como Física o química responden a una belleza irreal”, denuncia Chabaan. Estos productos dibujan un microcosmos que trata de generalizar perfiles físicos minoritarios. El impacto de la televisión y su poder para definir las normas de comportamiento social llevan a muchos espectadores a intentar emularles. La industria así lo quiere. “Los policías que salen en la televisión parecen modelos. Hay una generación de actores más valorada por su físico que por su forma de actuar”, denuncia el director de la serie, que se distribuye a través de una aplicación de móviles.
Esta moda artificial es una excepción histórica y una incoherencia con la naturaleza. “Durante toda nuestra evolución la belleza eran las características físicas que garantizaban nuestra supervivencia como especie”, explica la bióloga María del Pilar Montero, secretaria académica del Instituto de Estudios de la Mujer de la Universidad Autónoma de Madrid. Nada de 90-60-90, había otros criterios como los labios rojos —denotaban buena salud y alejaban el riesgo de anemias— o las caderas anchas, que permitían a las mujeres parir con más facilidad y usar la grasa como aporte energético al feto.
Ese objetivo ha cambiado por completo. “En la sociedad actual la reproducción carece de todo valor. La belleza está ahora más destinada al placer”, explica Montero. La base biológica de esta enorme transición en el mundo más desarrollado parte de la abundancia de alimentos. Otra excepción, ahora demográfica: pese a la potencia de fuego de la globalización, la mayor parte del mundo no considera que la Barbie sea el canon a seguir. “En el norte de África y Oriente Medio se sigue valorando mucho la reproducción. A las mujeres les gusta estar más rellenitas, dicen que el traje tradicional se lleva mejor con las caderas más anchas”, asegura la bióloga.
Estos países persiguen el sobrepeso, pasando a veces por encima de la dignidad. Hay todo un mercado negro de esteroides para que las mujeres ganen peso y encuentren más fácilmente marido. En algunas zonas aún persiste una práctica vejatoria que consiste en cebar a las mujeres antes del matrimonio. La huella que deja la mujer en la arena el día de la boda determina la cuantía de la dote. Mientras, las sociedades más occidentales demonizan la grasa. “Hay mujeres que se pasan toda la vida a dieta. Como tienen menos defensas están siempre cansadas y tienen problemas de rendimiento laboral”.
Si la Barbie tuviera vida mediría dos metros, pesaría 50 kilos y tendría que caminar a cuatro patas. “No sería una especie humana. Son modelos biológicamente imposibles, pero culturalmente se va haciendo cada vez más factible”, detalla Montero. Esa aspiración genera una situación de alerta permanente. “La mayoría de la población está insatisfecha con su cuerpo. Hay personas que pasan la mayor parte de sus horas pensando en estrategias para conseguir lo inalcanzable”, explica Carmina Saldaña, psicóloga y catedrática de la Universidad de Barcelona.
Los cánones de belleza han escapado a nuestro control. Hay toda una industria detrás que canaliza gran parte de los mensajes que recibimos cada día: nutrición, moda, cosmética, farmacia o publicidad. “Los avances en los medios de comunicación han sido decisivos. La globalización hace que las modas se transmitan con una rapidez de vértigo”, explica Saldaña. En un mundo cada vez más competitivo, seguir las instrucciones de belleza es un factor esencial de éxito. “Es algo más psicológico que sociológico. Se potencia más todo lo externo que las capacidades de las personas”.
Entre las principales ganadoras de este fascismo de la belleza está la industria de la cirugía estética. La psicóloga habla de la dismorfofobia, una patología que lleva a las personas preocupadas por un defecto físico a realizar enormes esfuerzos por ocultarlo. “Les genera tanto malestar que necesitan más un psicólogo que un cirujano plástico”, explica la catedrática. Se trata de una dependencia de la que no es fácil apartarse. “Una persona que no asume que su cuerpo va cambiando se tiene que estar operando toda la vida”, alerta la bióloga Montero.
En paralelo a la elevación de los estándares crece el rechazo hacia quien no los cumple. Entre los feos a cazar en la serie están un joven con estrabismo y otro con un defecto en la nariz. “La simetría facial es un factor de belleza. Quien no la tiene lleva una marca en su físico de que es más vulnerable”, explica la bióloga. La principal alarma se sitúa actualmente en el sobrepeso. “Las personas obesas son completamente discriminadas y acaban siendo personas de clase baja. Están discriminados en la escuela, por lo que tienen menos formación y peores puestos de trabajo”, añade Saldaña.
El canon de belleza tiende hacia la homogeneización. Mujeres altas y delgadas, hombres musculados. Todos guapos, claro. Rostro impoluto y simétrico, dientes que emiten un estallido de blancura y una piel suave, como si quisiéramos inmortalizar durante décadas nuestro tacto en la cuna. ¿Una aspiración que compromete a la propia especie? “La mayor riqueza que tenemos los humanos es la diversidad biológica. Es nuestra principal garantía de supervivencia”, concluye la bióloga. Si la dictadura de la belleza coge forma, Barbie y Ken apagarán las luces de una glamurosa pista de baile vacía.
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