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Alterconsumismo
Coordinado por Anna Argemí

No al Museo; sí a la Artoteca

Me he pateado muchos museos desde niña. Me gusta el arte pero me repatean los museos. Para mí son necrópolis de obras artísticas, una institución creada en el milenio pasado no tanto para exhibir piezas de arte como para exhibir músculo colonial y económico. Aún recuerdo a un buen amigo berlinés que se lamentaba amargamente de que su ciudad nunca podría equipararse a un París o a un Londres por la ausencia de museos con fondos artísticos de peso. No hay dinero ya que pueda pagar lo que los expolios a golpe de bayoneta consiguieron en su día para las potencias europeas. Me repatean los museos, sobre todo los Museos, porque tras intentar apreciar unas veinte obras la número veintiuno indefectiblemente acaba por empacharme, ya se trate de una Madonna del Renacimiento, de un mueble escritorio lacado del XVIII o de una figura de Apolo, por muy clásica, perfecta y apolínea que sea su belleza. Lo bueno, si breve, dos veces bueno.

La “museofobia” me ronda la cabeza porque acabo de visitar una artoteca, que es al arte lo que la biblioteca al libro: un espacio donde alquilar pinturas pero también cerámica, fotografías, ilustraciones, vídeos artísticos o esculturas por un tiempo determinado y a un coste bajo. La gracia del invento es que te llevas una o unas pocas piezas para exponer (y degustar) en casa durante tres meses, es decir, sin prisas ni presiones, sin empujones, sin esperas, sin colas, sin turistas, sin horarios. ¿No es un museo en realidad la banalización del arte cuando pretende que los visitantes nos demos un atracón de muchas obras de una sola tacada sólo porque a alguien se le ocurrió reunirlas todas en un solo espacio?

La artoteca nació en Francia en los años 60 del siglo pasado por voluntad de André Malraux, por aquel entonces ministro de Cultura del general De Gaulle. Malraux quiso con su invento acercar el arte contemporáneo a “la province”, es decir, la Francia que no es París. La artoteca francesa se inspira en las galerías de préstamo de arte que existían en Alemania ya en los albores del s.XX y busca, mediante el préstamo, educar el gusto del consumidor/ciudadano y de paso incentivar las ventas en el mercado de arte contemporáneo. Hoy en día las artotecas públicas están implantadas en al menos una treintena de ciudades, reciben subvenciones por parte de diferentes administraciones públicas y se han agrupado para defender y promover sus intereses en la asociación ADRA.

La artoteca de mi municipio en Francia es un caso aparte, una asociación privada que cuenta con un solo apoyo público: el local que ocupa le ha sido cedido graciosamente por el ayuntamiento. Dispone de un fondo permanente de unas 200 obras y unos 80 clientes regulares, entre los que se encuentran personas privadas pero también algunas empresas y administraciones públicas de la región. Los artistas que exponen en el local de la asociación están presentes durante los horarios de apertura por lo que el potencial cliente puede conocer de primera mano al autor de la obra que cuelga de la pared. Y si se entabla el diálogo con el artista el cliente suele acabar yéndose con una obra suya bajo el brazo.

En los últimos 2 años han entrado y salido por la puerta unas 1.500 obras. Los abonos de alquiler oscilan entre los 40 € (lo que permite alquilar una obra un solo trimestre), y los 145 € (dos obras cada trimestre durante todo un año). Todo el dinero que entra sirve al mantenimiento de la asociación y para pagar una pequeña compensación a los artistas por los desplazamientos. Si concluido el préstamo algún cliente se encariña con una obra y aspira a exponerla de por vida en su casa tiene que tratar entonces directamente con el artista. La artoteca en este supuesto no tiene ni arte ni parte.

Salgo de la artoteca preguntándome por qué si los franceses imitaron a los alemanes, nosotros, los españoles, no imitamos a su vez a los franceses. A fin de cuentas París fue durante años la capital soñada por muchos y muchas. ¿Por qué hemos relegado el arte a pura mercancía de compra/venta y si puede ser a precios exorbitantes, y en cambio la posibilidad del alquiler modesto y provinciano ni se nos pasó por la cabeza? Me temo que a fuerza de edificar equipamientos culturales de dimensiones casi faraónicas y pensados para ordas de visitantes hemos alejado al ciudadano de a pie y provinciano del arte. Eso sí, seguirá visitando los Museos, ni que sea forzado por la visita escolar de rigor.

Fotografía de apertura: mi equipamiento museístico preferido, el MUSAC (Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León) en León. Foto de Bydiox, vía Flickr / Creative Commons

Comentarios

Dependiendo de la sensibilidad del que observa una obra de arte, ella puede transmitirle algo diferente en sucesivas contemplaciones, por lo tanto nuca puede saturar.
Si en España no se han copiado estos formatos de exponer el arte con un concepto más directo y cercano es porque hay una falta de valores culturales. El porcentaje de gente con estas inquietudes en nuestro país es muy bajo, y como indicas, los museos son visitados en ocasiones puntuales o excursiones de colegios.

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