Por qué debemos mantener la cooperación al desarrollo

Esta entrada ha sido escrita por nuestro colaboradorMiquel Carrillo(@miquelcarr).
Ashraf nació en Siria el día en el que comenzó el conflicto, 15 de marzo de 2011. Tras escapar con sus padres de la muerte que atrapó a familiares y vecinos, hoy ha encontrado refugio en Líbano gracias a la ayuda de ACNUR. Su emocionante historia está disponible aquí. Foto: UNHCR/A. McConell.
Días atrás participé en un encuentro en el que un partido político quería reflexionar sobre qué cooperación al desarrollo hacer en adelante. Se repartieron las preguntas y a cada uno de los integrantes de la mesa nos tocó una de esas cuestiones de futuro.
En realidad, la que me tocó en suerte es una pregunta a la que no llevamos atendiendo desde hace mucho tiempo. O, por lo menos, a la que seguimos respondiendo con argumentos que quizás ahora ya no sirven, aunque fueran válidos y justificaran la acción de la cooperación en un pasado no tan lejano.
¿Cómo acabar con la percepción de que ahora "no toca" la cooperación?, esa era la cuestión. Uno apela a la razones éticas o morales, normalmente, cuando le plantean el dilema. La noche antes, viendo las noticias en televisión, mi hija de doce años planteó una pregunta casi idéntica en voz alta: '¿Por qué nos preocupamos de lo que está pasando en Ucrania con todo lo que está pasando aquí?', y reconozco que los argumentos de siempre no me parecieron que satisficieran su preocupación y curiosidad.
Así que me puse a pensar en vez de tirar del manual de respuestas para adolescentes y auditorios entregados. Y reconozco que el ejercicio me sirvió para obtener algunas ideas que quizás tengan más fuerza en estos momentos que los viejos planteamientos, que a lo mejor han sido sobrepasados por una situación social diferente a aquella que los dio por buenos años atrás.
¿Por qué debemos hacer cooperación al desarrollo? ¿Por qué debemos construir la paz allende nuestras fronteras o contribuir a los derechos humanos de las demás sociedades del mundo? En primer lugar porque no hay otra política exterior más eficiente que la cooperación. Ninguna que con menos recursos tenga impactos más profundos y a largo plazo. La vieja política de la diplomacia de embajadas y de la guerra acumula fracasos sin que nadie se plantee su obsolescencia. Las intervenciones militares se suceden en los mismos países, año tras año, sin que logre cambiarse las condiciones que crean los conflictos y las injusticias que hay detrás de ellos. La política de nuestra seguridad exterior no alimenta bocas, sólo a una industria militar cada día más poderosa, y curiosamente nadie se cuestiona en este país, ni en tiempos de crisis, por qué le invertimos tres o cuatro veces más que en cooperación, simplemente para mantener operativa una maquinaria de guerra 'por lo que pueda pasar'.
Dos. Es el único sistema redistributivo de riqueza que tenemos a escala mundial. Con todas sus imperfecciones, constituye lo más parecido a un sistema de fiscalidad internacional, que en todo caso hay que mejorar y extender, coordinar y afinar, pero no deconstruir. Sin tales sistemas de redistribución es imposible crear condiciones para la gobernanza a nivel mundial ni atajar las desigualdades que la economía capitalista y el mercado generan. Algo que ya es un consenso, de alguna manera, entre el liberalismo y la socialdemocracia, aunque no se pongan de acuerdo en el grado y la forma de aplicación. Desmontarlo por ahorrarse unas décimas de gasto público no es más que un fraude al mundo y a nosotros mismos, como cuando no pagamos nuestros impuestos, y tan estúpido como hacerse trampas al solitario.
Tres. La complejidad de los problemas a los que nos enfrentamos exige políticas en consecuencia. La cooperación actúa desde esa visión, entendiendo que los conflictos y los actores en casa son los mismos que nos encontramos a miles de kilómetros, no se limita a acotarlos en su dimensión geográfica más inmediata ni a desvincular las causas estructurales que los reproducen una y otra vez. Por ejemplo, que la deuda que nos ahoga ahora es la misma que se cebó con América Latina, con idénticos mecanismos de desarrollo, actores e impactos sobre los ciudadanos. Estamos hablando de la cooperación transformadora, claro está, la que pretenden consolidar y extender derechos entre las personas, la que no entiende de razones de Estado ni de estrategias comerciales.
Seguro que si seguimos pensando se nos ocurren más argumentos para hacer evidente que la cooperación es hoy más necesaria que nunca, que no tenemos políticas tan adecuadas para estos tiempos como esta. Alguien apuntó en la misma cita, sin ir más lejos, que los países nórdicos ya han conseguido establecer la correlación entre cooperación y democracia: sin saber todavía por qué muy bien, aquellas sociedades que la practican más tienen mejores gobiernos y más transparentes. La cooperación es, en el fondo, la versión netamente democrática de la política exterior, y deberíamos apostar sin ambages por esa manera de hacer las cosas.
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