_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una paz dividida

Dividir Jerusalén por líneas étnicas es la última oportunidad de evitar su colapso

Shlomo Ben Ami

En 1996, Benjamin Netanyahu ganó una elección general movilizando un alto número de votantes en contra de la supuesta intención del entonces primer ministro Simón Peres de “dividir a Jerusalén”. Casi dos décadas después, Netanyahu sigue aferrado a eslóganes viejos y vacuos sobre un “Jerusalén unido” —una convicción que, una vez más, podría resolver el proceso de paz palestino-israelí.

En momentos en que el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, se prepara para presentar un acuerdo marco para una ronda concluyente de negociaciones de paz palestino-israelíes, la postura de línea dura de Netanyahu sobre Jerusalén, básicamente, no ayuda. En un esfuerzo desesperado por mejorar las posibilidades de éxito de la propuesta, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, que en gran medida ha evitado asumir un rol proactivo en el proceso de paz durante su segundo mandato, se reunió con Netanyahu en la Casa Blanca para instarlo a moderar su postura.

Pero cambiar la manera de pensar de Netanyahu no será fácil —en especial por la presión política interna a la que se enfrenta—. Desde que Israel conquistó el este de Jerusalén en la Guerra de los Seis Días de 1967, la clase política del país ha defendido a la ciudad como la “capital eterna unida” de Israel, una visión que no quiere abandonar.

El problema es que ninguna negociación seria con los palestinos podría admitir esta postura. La población árabe de Jerusalén —que ya representa más del 40% del total— está creciendo un 3,5% anualmente, comparado con un 1,5% entre los israelíes. Una vez que este amplio segmento de votantes empiece a participar en las elecciones municipales —que hasta ahora han evitado, por temor a que se pensara que estaban legitimando al régimen israelí—, el control del consejo municipal probablemente pasará a manos de una mayoría palestina.

Desde 1967, Israel ha defendido a la ciudad como su ‘capital eterna unida’

Peres entendía que una ciudad de Jerusalén unida bajo un régimen exclusivamente israelí no era posible y le aseguró al ministro de Relaciones Exteriores de Noruega en una carta de 1993 —que fue esencial para la conclusión de los acuerdos de Oslo— que Israel respetaría la autonomía de las instituciones palestinas en el este de Jerusalén. De la misma manera, en 2000, el primer ministro Ehud Barak respaldó los Parámetros de Clinton, que instaban a la división de Jerusalén en dos capitales basándose en las líneas étnicas. El primer ministro Ehud Olmert siguió esta misma línea con la propuesta de paz de 2008 que le presentó al presidente de la Autoridad Palestina Mahmud Abbas; también recomendó internacionalizar la Administración de la Ciudad Vieja.

Sin embargo, Netanyahu y sus seguidores siguen insistiendo en que Jerusalén no se dividirá. Lo que no logran entender es que la Ley de Jerusalén de 1980, que declaraba a la ciudad “unida en su totalidad” como la capital de Israel, en realidad, no constituye una unidad. El subsiguiente esfuerzo por israelizar la ciudad, construyendo una red de barrios judíos en el este de Jerusalén dominado por los palestinos, no logró garantizar una mayoría judía sólida, en gran medida porque los israelíes de clase media no quisieron instalarse allí.

De hecho, el proyecto de asentamientos no solo convirtió a Jerusalén Este en un foco de tensión política y social, sino que el elevado coste financiero —más de 20.000 millones de dólares en total— obligó a desviar recursos limitados de inversiones orientadas al crecimiento en Jerusalén Oeste. En consecuencia, Jerusalén se ha convertido en la ciudad más pobre de Israel. No sorprende que los 200.000 miembros de la clase media liberal y próspera de Israel que abandonaron la ciudad en los últimos 20 años encuentren que Tel Aviv —la capital económica de Israel, y un centro de crecimiento impulsado por la tecnología— es mucho más atractiva.

Algo que complica aún más la situación es la división entre los israelíes secularizados y las comunidades ortodoxas fanáticas cuyo rechazo del Estado laico y su anhelo de una sociedad basada en la interpretación más estricta de la Halacha (ley religiosa judía) encarnan un temor muy arraigado en los árabes y una desconfianza absoluta de los gentiles. Estas comunidades, que conforman el 30% de la población de Jerusalén, tornan inverosímil, en el mejor de los casos, la noción de una ciudad de Jerusalén unida y pacífica.

La población árabe de Jerusalén está creciendo un 3,5% anualmente, comparado con un 1,5% entre los israelíes

En 1966, un año antes de que paracaidistas israelíes ostensiblemente unieran Jerusalén, la compositora Naomi Shemer cantaba sobre “la ciudad que está solitaria, y en su corazón un muro”. Hoy, el muro que divide a Jerusalén no está hecho de cemento o ladrillos, pero eso no lo hace menos real.

Esta división duradera se ejemplifica en el contraste entre la infraestructura y los servicios municipales en los barrios judíos y árabes de la ciudad. Por supuesto, en cierta medida, los residentes palestinos de Jerusalén se benefician de la seguridad social y los sistemas de atención médica avanzados de Israel, con los cuales sus hermanos en la Autoridad Palestina solo pueden soñar. A pesar de todo, siguen identificándose como palestinos y solo 10.000 de los 300.000 residentes palestinos de Jerusalén han aceptado pedir la ciudadanía israelí.

Pero la cuestión de Jerusalén es objeto de una confusión aún más fundamental: ¿cuáles son las fronteras reales de Jerusalén? En el espíritu desenfadado que prevaleció después de 1967, el Gobierno israelí extendió los límites de la ciudad de 4.400 hectáreas a más de 12.545 hectáreas. La postura de Netanyahu de que esta Jerusalén extendida es la capital bíblica del pueblo judío es una farsa histórica.

Una ciudad de Jerusalén controlada por comunidades judías ortodoxas no productivas y palestinos privados de derechos está destinada al colapso económico y político. El plan de Kerry de dividir la ciudad según las líneas étnicas representa la última oportunidad de Israel de evitar un desenlace de este tipo y legitimar la ciudad como su capital reconocida internacionalmente.

Al aceptar una división de la ciudad de Jerusalén, Netanyahu estaría empezando, por fin, a tomar distancia de la arrogancia y la megalomanía que han llevado a la ciudad a su situación actual de estancamiento y aislamiento. Abandonar la idea de una Jerusalén “unida” es la única manera de asegurar la condición “eterna” de la ciudad.

Shlomo Ben Ami, exministro de Relaciones Exteriores israelí, es vicepresidente del Toledo International Centre for Peace y autor de Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy.© Project Syndicate, 2014.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_