La historia de una casona, un jardín y un edificio de viviendas en Oporto
FOTO: Jorge López Conde
Esta historia arranca hace 20 años, cuando el arquitecto Luis Diaz Mauriño vivía en Oporto. “En realidad trabajaba para Álvaro Siza”, cuenta. Fue entonces cuando se hizo amigo de la grafista Isabel Abreu y de su marido, Paulo Vinhas, dueño de Materia Prima, una de las mejores tiendas de música de la ciudad.
El padre de Isabel tenía una casa, una de las últimas grandes casonas del XIX, cerca de donde hoy está la Casa da Musica que levantó Rem Koolhaas, y estuvo años dándole vueltas a la idea de transformarla en un edificio de pisos. Entre tanto, sus hijas y sus amigas se fueron a vivir a la casona, e instalaron allí un estudio: “Era bastante disparatada pero muy agradable. Ellas tenían 18 años y por allí pasaba todo tipo de gente”. También pasaba Diaz Mauriño: “Siempre que iba a Oporto me quedaba a dormir allí”, cuenta.
Pasado el tiempo, en 2006, el padre se decidió finalmente a realizar la inversión inmobiliaria agotando la edificabilidad del terreno. Isabel lo convenció para que, en lugar que contratar a los estudios comerciales con los que siempre había trabajado, le hicieran el encargo a Diaz Mauriño. Se trataba de agotar la edificabilidad, con la construcción del mayor número de viviendas dejando el ático para la otra hija del promotor y la tienda para un posible negocio familiar.
“Como, por pereza o cobardía, me gusta trabajar acompañado, esta vez el socio ha sido Pedro Mendes”, explica el arquitecto madrileño, que ya había trabajado con el portugués en Lisboa, en una pequeña reforma para la Fundación Carmona e Costa. Mendes es profesor de proyectos en Lisboa y trabajó con Souto de Moura. Entre uno y otro, el tradicional cuidado –casi manual- de los lusos quedaba asegurado de partida.
Si mantenían el jardín, con acceso desde la tienda familiar y marcaban el ático con lucernarios, les quedaba espacio para 10 viviendas espaciosas. Con esos cálculos e intenciones se pusieron a trabajar.
La obra ha tenido dos problemas grandes y bastante españoles. “El primero, la corrupción; el segundo, los retrasos que provoca esa corrupción”, cuenta Diaz Mauriño. El Ayuntamiento concede la licencia atendiendo a la normativa y a la interpretación que de esta hayan hecho los vecinos. Esta ambigüedad da lugar “a muchos tejemanejes y sobres variados”, explica el arquitecto. El caso, es que la presentación de su proyecto en el Ayuntamiento de Oporto coincidió con una gran redada policial contra esa corrupción que dejó la propuesta “en espera de que algún funcionario quisiera tomar alguna decisión”. Cuando finalmente se aprobó llegaron los recortes: “acortaron la profundidad del edificio y tuvimos que asumir -perforando el inmueble de arriba abajo con un patio- las ventanas totalmente ilegales del edificio vecino. Un disparate”.
Con todo, Diaz Mauriño considera que los acabados son ejemplares “y las ganas de hacer las cosas bien y sin que resulten caras, también”. Sin embargo, las deudas de los ayuntamientos en Portugal ahogaron económicamente a la constructora, que se arruinó, retrasando aún más los trabajos. La limitación de la superficie construible y el retraso han complicado también la economía de la familia que, finalmente, ha puesto a la venta el ático y la tienda.
Hoy, con el edificio concluido, los pisos son amplios y las habitaciones generosas. Las contraventanas de aluminio azul cambian según el día que haga. Aunque ya no podrá vivir allí, la familia promotora está satisfecha con el resultado, “que no ha salido más caro que con los arquitectos comerciales”, explica Diaz Maruriño. Para él esta es la lección aprendida en esta década: la mayor calidad favorece las ventas. “Intentar hacer bien las cosas es claramente más barato”, dice, y cita como ejemplo los modélicos trabajos de Victor López Cotelo (y del promotor José Otero Pombo) en Santiago.
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